Sólo hay un escritor en el mundo que haya igualado al afable y parlanchín Peter Carey. Nada menos que un Nobel de Literatura: J. M. Coetzee. Pero, ¿en qué le ha igualado? En número de Bookers. Dos por cabeza, algo inaudito en tan prestigioso galardón, que distingue a la mejor novela publicada del año en lengua inglesa.
A Peter no le gusta hablar de ello, sino de las escaleras que construye cuando escribe. «Escribir una novela es como hacer una escalera. A medida que la vas haciendo, la vas subiendo y cuando llegas arriba tienes la sensación de que eres más listo, de que has aprendido algo que de otra manera nunca habrías llegado a conocer», dice. La última que ha subido se llama Robo. Una historia de amor (Mondadori). Y le ha convertido «en un perfecto falsificador».
La historia es la siguiente: Peter tiene un amigo pintor al que no le fueron demasiado bien las cosas. «Empezó de ayudante de estudio de Kenneth Nolan y acabó de marchante. Intentó montar sus propias exposiciones pero no funcionó», cuenta. Este amigo le puso al día de lo corrupto que podía llegar a ser el mundo del arte. «Por entonces yo ni siquiera sabía que algún día querría escribir una novela sobre ese mundo, pero lo encontraba realmente fascinante», explica. Dice que si por la época en que publicó Bendito Harry (1981) le llegan a decir que algún día haría una novela como Robo, no se lo habría creído.
Michael Boone, más conocido como Butcher (literalmente, Carnicero), es un pintor mediocre. Al menos así lo creen en Sotheby's. Fue toda una celebridad en Australia, pero está pasando por un momento complicado: su mujer le ha dejado (en la vida real, Peter ha tenido serios problemas con su ex mujer, que cree que el personaje, una arpía sin escrúpulos, está basado en ella) y sigue a cargo de su hermano, una especie de Forrest Gump violento. De repente aparece en su vida una atractiva marchante, Marlene, que ve en él la oportunidad que había estado esperando para hacerse millonaria. ¿El cebo? Un buen montón de besos y una exposición en un centro comercial de Japón. El thriller posmoderno está servido.
«No es que el mundo del arte esté corrupto, es que el mundo en general lo está», dice Peter. «Mi padre era vendedor de coches y un día estaba negociando una venta con un sacerdote. En un descuido, el sacerdote le desmontó el cuentakilómetros para forzarle a rebajar el precio. Mi padre se quedó hecho polvo. A mí no me sorprendió en absoluto. El cura forma parte de este mundo igual que el artista y que el farsante», relata Peter, que, sobre todo, quería hablar de los artistas de la periferia.
«No es más que la historia de un buen pintor que se convierte en un farsante por razones de peso», dice. Un buen pintor de la periferia que mantiene una relación de deseo-obsesión-odio con la metrópolis. «Es una relación interesante y muy australiana, porque es bastante habitual que los artistas australianos sean de una clase social muy concreta: provienen de ciudades pequeñas y han sido los primeros miembros de su familia en ir a la universidad», cuenta.
Dice que Australia, como Butcher Boone, está acomplejada: «Sigue muy presente el tema de la colonización. Nos han dado muy poco tiempo para inventarnos. Todavía no existe una novela típica australiana». Cualquiera de las suyas podría serlo.