Miércoles, 28 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6310.
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 CULTURA
I PREMIO VALLE-INCLAN DE TEATRO / Autores, directores y actores apoyan el nacimiento de la distinción auspiciada por 'El Cultural' de EL MUNDO / El galardón está dotado con 50.000 euros, el premio teatral mejor dotado de Europa
Echanove, primer Valle-Inclán del siglo XXI
ANTONIO LUCAS

MADRID.- El Teatro Real acogió anteanoche una de sus mejores funciones. No se trataba de Madama Butterfly, ni de Carmen, ni de Norma. La noche traía una ópera distinta, más cierta quizá. Ramón María del Valle-Inclán era el tenor invisible de la gala, el mágico holograma de la noche, el extraño antigalán de las barbas de chivo, el prodigio del idioma volcado a la escena.

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Su espíritu convexo pajareó en los salones del Real porque ayer se fallaba el I Premio Valle-Inclán de Teatro, un acontecimiento sin precedentes impulsado por Luis María Anson, miembro de la Real Academia Española, convocado por El Cultural de EL MUNDO y con patrocinio de la Fundación Feima. Juan Echanove fue el triunfador de una disputada convocatoria que ayer inauguró su travesía (anual) con el mejor estímulo posible, el del mundo del teatro en pleno.

El galardón, dotado con 50.000 euros, viene a destacar el acontecimiento teatral más relevante de la temporada de 2006 en Madrid. En esta primera convocatoria fueron 12 los finalistas, entre autores, directores y actores. A las 21.30 horas, el Real acogía a algunos de los más destacados miembros de la familia del teatro en una gala eléctrica donde el jurado, presidido por el académico Francisco Nieva, fue realizando sus deliberaciones en un salón contiguo, dando puntualmente noticia de cada una de las vueltas de la votación, que se dividió en seis actos.

La primera fue anunciada a las 22.15 horas. Y la expectación fue in crescendo. Las presencias llameantes de los convocados a la esperada ceremonia copaban la batería de los focos. Mientras goteaban las decisiones del consejo de sabios, cada 20 minutos y anunciadas por la conductora de la gala, la actriz Cayetana Guillén Cuervo, en las mesas se apuraban conversaciones, conjeturas, una fe humeante y una excitación que recorría la segunda planta del Teatro Real en un bullebulle de patio de butacas en día de estreno.

La noche sucedió como un tirabuzón, una ilusión, una sombra, una ficción, que decía Segismundo en La vida es sueño. Y al fondo, el final: Echanove resultó ganador. Se impuso en última votación al gran director y actor José Luis Gómez. La sala rompió en un sonoro aplauso, con incrustaciones de «¡¡bravo!!». Se reconocía así el gran trabajo que el intérprete madrileño desarrolla en Plataforma, adaptación teatral de la novela del sulfúrico escritor francés Michelle Houellebecq.

El misterio quedó desvelado unos minutos antes de la medianoche. Y se abrió la boca del improvisado escenario para que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, prendiese el frente de los discursos: «Nuestra ciudad está viviendo un momento teatral boyante, con producciones de altísima calidad artística. Ahí están los espectáculos finalistas. Una forma muy segura de medir el grado de libertad de una sociedad es contemplar su vida teatral. Una sociedad que cuida de ellos está vacunada contra la complacencia y el pensamiento único», afirmó.

La ministra de Cultura, Carmen Calvo, hizo entrega de la escultura diseñada por Víctor Ochoa que simboliza el Premio Valle-Inclán. «Juan, gracias», arrancó. «Hemos asistido a un parto justo unos minutos antes de que llegue el Día Mundial del Teatro[ayer]. El teatro es un bien público. Todo forma parte del entramado en el que una sociedad se da a sí misma la dignidad que representan las ideas, la pluralidad y la libertad».

Y apareció ese hombre escénico que es Echanove, con su bonhomía de actor apasionado. Feliz. Cercano. Lúcido: «El hecho de que sea yo el retratado en la foto finish supone una enorme responsabilidad. Mañana [por hoy] saldré al escenario aún con más estímulo. Me siento honrado por compartir mi vida con aquellos que empeñan también la suya porque cada noche se levante el telón», manifestó. Dedicó el premio a Calixto Bieito, director de la puesta en escena de Plataforma y a sus compañeros de reparto: «Trabajo en una compañía muy buena, señores. Hay que ponerse las pilas para estar cada tarde a la altura de las circunstancias, a la altura de mis compañeros. Y me acuerdo de mi padre, que murió hace dos años y es el que más habría disfrutado esta noche».

Lo apuntó Francisco Nieva: «Hay muchos premios, pero ninguno con la importancia que ya tiene éste, una gran iniciativa privada. Si hubiera sido por iniciativa pública habría sido más vulgar». Talento, ironía y fin.


Lecciones de lo privado

El mayor aplauso de la noche de ayer fue sordo. Iba de boca en boca. Y tenía un único destinatario: el impulso de haber creado el Premio Valle-Inclán de Teatro. «No hay una apuesta privada igual en toda Europa. Es un gran paso adelante para defender el teatro», decían. El entusiasmo era igual entre los miembros del jurado de esta primera edición. Antonio Garrigues reconoció lo duro de la elección. «Una vez que ya quedaban nada más que cinco finalistas, la sensación es que todos merecían ganar. La verdad es que todos hemos aprendido mucho de teatro».

¿Y deberían aprender de estas iniciativas los responsables de la cosa pública? «Sin duda. Pero al final el teatro tendrá su supervivencia si la sociedad civil reconoce su importancia en la calidad democrática de un país». En este mismo sentido, el presidente del jurado, Francisco Nieva, aseguró que «este galardón era muy necesario para premiar como merece el teatro que se está haciendo en España».

El equilibrio entre los actores veteranos y los jóvenes, directores y autores ha sido uno de los aciertos de esta primera convocatoria. «Eso es muy importante porque queda representado el teatro público, el privado y el 'underground', que es el que mejor conecta con las últimas generaciones. Todos los 'estamentos' de la profesión estaban representados. Yo también dependo de la caridad pública para estrenar mis obras». La 'culpa' es de la dificultad de los montajes de sus obras, que requieren un presupuesto importante y un personal muy cualificado. «Así que estamos a merced de lo que nos asignan los poderes públicos, en fin».

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