La estrategia de Zapatero desde que llegó a La Moncloa ha sido clara: perseguir el aislamiento social y político del PP hasta sacar a este partido del terreno de juego democrático y hacer que sea percibido como la «derecha extrema». Para eso, todo vale; desde el Pacto del Tinell hasta rechazar en el arranque de legislatura acordar cualquier cuestión de las consideradas como «de Estado» con el partido de Rajoy. No digamos nada de la política antiterrorista, donde al presidente del Gobierno le estorba para sus planes negociadores con ETA, cualquier posibilidad de recuperar el consenso con el PP en el marco del Pacto Antiterrorista.

Pero a esa estrategia del presidente, suicida y profundamente antidemocrática al intentar anular a la alternativa natural de gobierno, le ha salido una gran chinita en el camino: la fortaleza moral y la resistencia cívica de una parte muy numerosa de la sociedad española que se ha movilizado en estos tres años por su profundo desacuerdo con algunas políticas de Zapatero, bien hayan sido éstas relativas a la familia, a la educación, a la política antiterrorista o a la unidad de España. Con esa movilización social, tan numerosa y tan constante -13 manifestaciones en tres años- no contaban ni el presidente ni esa izquierda trasnochada y prepotente que anida en ámbitos pseudointelectuales y mediáticos, y que no admiten que lo que ellos consideran derecha ose protestar o criticar las decisiones de un Gobierno supuestamente progresista y de izquierdas.

Y en esas estamos. El Gobierno, el PSOE, Polanco, Prisa y sus acólitos, desconcertados ante la capacidad de aguante y de movilización de lo que ellos, de forma tan simplista como engañosa, tildan de «derecha extrema», han decidido pasar al ataque con todos los medios, que son muchos y poderosos, en una campaña brutal de descrédito a todo aquél que ose plantar cara a Zapatero y a sus políticas. Esto tiene algunas ventajas: por ejemplo, que lo de la superioridad moral de la izquierda es un eslogan que ya no se lo cree nadie y que algunos -como es el caso de Polanco, aunque no sólo él- han optado por quitarse ya del todo la careta, lo que permite que aquí nos vayamos conociendo todos.

Sólo hay un problema: que queda un año para las elecciones generales, que es donde se van a tener que sustanciar muchas de las cosas que están sucediendo. Pero 12 meses es demasiado tiempo para una ciudadanía que empieza a estar ya literalmente hasta el moño del clima político y social que estamos viviendo en España.