Demasiado largo y aburrido. Dos horas en televisión dan para mucho, pero no en un formato en el que los «ciudadanos elegidos al azar» tienden a preguntar cuestiones demasiado particulares. O sea, a plantear: ¿qué hay de lo mío? Ese efecto fue tan evidente que, por ejemplo, no hubo ni una sola intervención sobre seguridad ciudadana, cuando es uno de los problemas que más preocupan a los españoles, según todas las encuestas. El 11-M, por citar otro caso, sólo interesó a uno de los participantes (y a otro de forma colateral). Es decir, que ocupó menos tiempo que el cultivo de la remolacha.
Hubo un total de 13 preguntas sobre temas económicos y sociales, mientras que sobre terrorismo y ETA sólo cinco (incluyendo una del propio Lorenzo Milá).
Los aspectos formales, en televisión, son muy importantes y, por ello, es imposible deslindar esos defectos del resultado final, que fue decepcionante.
Rodríguez Zapatero iba preparado para dar un mensaje de optimismo. Quiso vender la imagen de un país que crece, que crea empleo, que es la envidia de Europa, etcétera. «Soy muy optimista sobre España», llegó a decir en un momento.
Y, para avalarlo, llevaba bien aprendida la lección. Su discurso estuvo lleno de datos macroeconómicos y demasiado abstractos para la mayoría de los ciudadanos. Por ello, tal vez el momento cumbre del programa de ayer fue cuando un ciudadano de Navarra le preguntó, casi de soslayo, que si sabía cuánto costaba un café. «Ochenta céntimos», dijo Zapatero. Algunos murmullos de asombro acompañaron a esa confesión reveladora. En un bar normal de Madrid, por ejemplo, un café cuesta entre 1,20 y 1,50 euros. Ése es el típico detalle que pone de manifiesto lo alejados que están los políticos de la calle, a pesar de que en este nuevo formato RTVE quiere dar justo la imagen contraria.
De hecho, el presidente se esforzó por mostrarse muy próximo a sus entrevistadores y llamó de tú a todo el mundo.
El problema es que en este tipo de programas, el entrevistado tiende a convertirse en el hada madrina de todos y cada uno de sus interpelantes. «Tomo nota», «lo tendré en cuenta», etcétera. En realidad, por mucho que se esforzó en ofrecer datos sobre lo que se ha avanzado en el abaratamiento de la vivienda, los jovenes se quedaron ayer como estaban antes de empezar. Y es que, en ocasiones, hay que tener el valor de decir la verdad. Es decir, de decirle a la gente que las viviendas van a seguir siendo caras durante bastante tiempo o que, a pesar de la Ley de Dependencia, llevará muchos años y muchísimo dinero ver que nuestros ancianos no sigan siendo un gran lastre para la mayoría de las familias.
Al presidente se le puso en muy pocos aprietos. La primera intervención, que trató sobre la actitud del Gobierno hacia el terrorismo, prometía un programa lleno de sorpresas. Pero pronto se vio que eso era sólo un espejismo. Luego se fue desinflando hasta llegar a momentos tediosos.
¿Dónde están esos ciudadanos preocupados por el modelo de Estado, por saber qué España quiere el presidente? Excepto dos preguntas sobre Navarra, el asunto no salió a colación. Por supuesto, tampoco nadie hizo ninguna pregunta sobre política exterior. Sólo una persona rozó el asunto cuando, con valentía, le preguntó si era partidario de que el Tribuna Penal Internacional procesara a Aznar.
En fin, Zapatero no logró enamorar, pero tampoco convencer.