Mario tiene 12 años. Juega al fútbol desde los seis. El puesto donde mejor se lo pasa es en el de segundo delantero, pero a su edad, ya se ha visto afectado por las tácticas, y en su equipo de fútbol, el C.D. Griñón, suele empezar los partidos de interior derecho. Hasta ahí todo normal en un chaval de categoría alevín, que sigue al Real Madrid y celebra con especial alegría los goles de Van Nistelrooy. Lo anormal surge cuando, sin que haya una lesión de por medio, el pequeño le pregunte continuamente a sus padres si va a poder seguir jugando al balompié.
El origen de sus angustias tiene fecha: la mañana del sábado 17 de marzo, cuando su equipo se enfrentaba al Fuenlabrada en el campo del Naranjo, en la misma localidad. El Griñón, con Mario de interior derecho, ganaba 0-6 a su rival. Quedaban ocho minutos para que finalizase la primera parte. Fue entonces cuando el colegiado del encuentro, Francisco Javier García Gómez, se percató de que el menor llevaba prótesis auditivas en sus dos oídos.
En la grada, junto al resto de familiares de los jugadores, se encontraba Rocío, su madre. Su padre, José Luis, se encontraba de viaje de trabajo. Era el tercer partido de su hijo que se perdía desde que éste empezó a darle a la pelota. Y ahora no sabe si lamentarse o alegrarse de no haber estado... por lo que pasó después.
«Mario reaccionó con incredulidad, y el arbitro amenazó con expulsarlo», explica su madre, aún indignada. «Mi hijo comenzó a sollozar, y desde fuera del campo todos nos preguntábamos que ocurría. Entonces bajé, y la cosa pasó a mayores. Le pregunté que por qué debía quitárselos y me soltó que no quería ser el culpable si se 'le estropeaban o perdían' porque 'estaba harto de juicios'. Yo le contesté que me hacía responsable si le pasaban algo, pero me echó de malas maneras», relata.
Entonces los acontecimientos se sucedieron. Mario, que había comenzado a sollozar, hizo caso y le dio los aparatos al entrenador. Según sus propias palabras, se sentía «perdido, sin fuerzas, sin ganas de correr ni de jugar», pero aun así, volvió al terreno de juego, no sin antes preguntarle al trencilla que iba a pasar si le pitaban un fuera de juego, porque así no lo podría oír. Según le comentaron al padre del niño su propia mujer y varios testigos, en ese momento el colegiado, de unos 30 años, comenzó a gritarle a Mario, que se encontraba rodeado por sus veintiún compañeros de campo. «¡¿Ahora me oyes o no me oyes!? ¡¿Sí?! ¡Pues a jugar!», le espetó antes de reanudar el juego.
Finalizado el primer tiempo, Rocío se acercó de nuevo al colegiado. No lo hizo sola, ya que todo el graderío se había enterado de lo ocurrido. Ella interpeló al colegiado, le dio en el brazo y le dijo que le iba a denunciar. «Llevamos 12 años luchando para que nuestro hijo no se sienta discriminado ni diferente a los demás niños, y tú lo quieres estropear en un momento», le gritó. Francisco Javier, el arbitro, le respondió con un «déjame en paz» y se metió en el vestuario. Allí decidió suspender el partido y llamar a la Policía, ya que en el exterior se había comenzado a oír los primeros insultos por parte de las dos aficiones, muchos de los cuales le invitaban a solucionar el problema «en la calle». Se presentaron dos parejas de la Policía Local de Fuenlabrada y el arbitro salió por una puerta trasera, escoltado por los agentes hasta su vehículo.
En la familia de Mario, lo ocurrido ha caído como una bomba, llegando a alterar la convivencia en su casa de Griñón. «¿Qué pasaría si nos volvemos a encontrar con ese personaje en otro partido?», se preguntan los progenitores. «Estamos perplejos, y tomaremos todas las medidas sociales, jurídicas y penales que sean oportunas. Es inadmisible que se le otorguen poderes a gente que la utiliza para abusar de su poder injustificadamente ante un niño, para vejarlo, discriminarlo y humillarlo haciéndole sentir diferente a los demás niños por una discapacidad», asegura José Luis, que también se ha puesto en contacto con la Federación de Fútbol Madrileña y con el Comité de Arbitros, «donde me han dicho que, en principio, no piensan tomar medidas ni hacer nada al respecto».
Pese a todo, José Luis no para de recabar información al respecto. Ha pedido la opinión de otros árbitros y ha buscado documentación donde se habla de los intercomunicadores utilizados por los trencillas de competiciones oficiales o de la vez que Raúl, del Real Madrid, utilizó un sistema electrónico para comunicarse con Luxemburgo, su entrenador de entonces, durante un partido. Incluso se sabe al dedillo la regla cuatro, a la que hizo mención el arbitro en cuestión, donde «se habla de 'objetos peligrosos ornamentales', no de audífonos», puntualiza.
Mientras, su hijo, que nunca había tenido problemas al respecto en otros partidos, intenta olvidarse del mal trago sufrido mientras enseña a su hermana pequeña a hacer una tijereta en el jardín de la casa.