Angel Antonio Herrera
A Elsa Pataky quería el gentío verla desnuda, y así ha sido, gracias a Interviú, con todo estruendo. A Elsa Pataky, después, el gentío lo que quería es verla vestida, y así ha sido, gracias a una campaña de helados, de la que es musa de póster. De manera que Interviú ha logrado, primero, el morbo pendiente de la afición, que es, o era, pillarla sin wonderbra, y luego el morbo contrario de desearla vestida, que es ya el morbo de los profesionales del voyeurismo, según Berlanga, y hasta nueva orden. Pataky es que no cesa.
O sea que al fin viene vestida, porque convocan los de Nestlé, que la tienen de rubia bombón, desde el año pasado. De momento, Elsa no tiene muy alzada carrera de actriz, pero es una lolita de mucho gancho y mucho auge en anuncios de delicias y en internet, zona caliente. Es la rubia más codiciada y cotizada de entre las españolas, acaso porque su exotismo y su erotismo es no parecer española. Es una novia imposible y una bachiller falsa, no necesariamente por este orden. Hoy aparece con modelito de medio recato, el rostro purísimo y unos zapatos rojos de tacón en puñal. La monada de siempre, pero vestida.
Del desnudo reciente no dice ni palabra, pero en rigor no hace falta, porque el desnudo está ahí, en la imaginación del gentío, y eso ya no hay quien lo apague. A Elsa ya no la imaginamos, la recordamos, que es otro modo mejor de imaginar. Estamos ante un caso de chica con más belleza que currículo, y ahí está su mérito, porque desde un reportaje playero se ha plantado en los telediarios. Lo que más la acerca al cine mayor, de momento, es su noviazgo de pasarela con Adrien Brody, pero ella porfía como rubia tentación que no vive arriba, sino en todas las portadas. Lo que le va a costar un rato es encontrar papeles donde se derroche en vestuario.
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