El mundo de la cultura española asistió la noche del pasado lunes a un momento mágico: la concesión del I Premio Valle-Inclán. Como si de un estreno único se tratara, Juan Echanove recibía ante un auditorio entregado el galardón concedido por EL CULTURAL y auspiciado por EL MUNDO. En Echanove, el jurado reconoció el talento y la fuerza de su actuación en Plataforma. El Valle-Inclán es, hoy por hoy, con 50.000 euros y una escultura de Víctor Ochoa, el premio teatral mejor dotado no sólo de España sino de toda Europa. Finalista de excepción fue José Luis Gómez, historia viva del teatro español, por su increíble actuación en Play Strindberg, en la que se enfrenta a dentelladas a otra de las candidatas al premio, Nuria Espert.
La brillante fiesta se celebró en plena semana grande del teatro. España y el mundo recuerdan estos días «la fuerza potencial que el mundo del teatro contiene y su capacidad para descubrir las profundidades del alma humana y revelar sus misterios». Todas las conmemoraciones no deberían ser el sueño de una noche de primavera. Y ello porque, a pesar de la siempre supuesta crisis y de las exigencias del sector, las artes escénicas españolas se encuentran en un momento excepcional que obliga a exigir a todos los ámbitos implicados un máximo esfuerzo de imaginación y creatividad. Según los últimos datos de la SGAE, el número de espectadores y la recaudación no dejan de crecer. Puede que a alguien le sorprenda, pero asisten a los teatros más espectadores que a los campos de fútbol, y buena culpa del éxito la tienen los musicales y también la calidad de la oferta teatral, con la llegada a nuestra escena de una nueva generación de autores, actores, productores y directores que abarrotan las salas alternativas.
Sin embargo, existen aún demasiados asuntos pendientes, como la escasez de ayudas públicas a los empresarios privados, que éstos reclaman sin ambages, o la casi ausencia completa de autores españoles contemporáneos en las salas comerciales, que hacen de casos como el de Jordi Galcerán y su Método Grönholm una gozosa excepción que debe generalizarse.
Decía Arthur Miller que el teatro no puede desaparecer porque «es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma». El Premio Valle-Inclán que acaba de nacer quiere contribuir a la brillantez de nuestra escena, al tiempo que estimular la creación más innovadora. Con él confirmamos el compromiso cultural de nuestro periódico. Como antídoto a la terrible soledad del hombre contemporáneo, al fragor de la actualidad que a veces impide una reflexión serena y consecuente, a las manipulaciones y mentiras del poder, nunca ha sido tan necesario un teatro vital y valiente que muestre nuestras miserias sin censuras. Es la hora del teatro. Arriba el telón.
|