PEDRO G. CUARTANGO
Hace ya bastantes años, escuché por azar las confesiones de un subdirector de El País, que se encontraba al borde de la desesperación por haber perdido el favor de sus jefes. Mientras yo oía fascinado en la mesa de al lado, este buen hombre se desahogaba ante otro compañero y se preguntaba si algún día recuperaría el honor perdido ante la cúpula del diario.
Me llamó la atención que el periodista caído hablaba en términos religiosos, como si se sintiera expulsado de una comunión mística. Lo que le dolía en el fondo no era que le hubieran relegado en la redacción sino que sus jefes creyeran que se había apartado de la ortodoxia. Estaba abrumado por ello. Creo que esta anécdota define perfectamente el espíritu de esa casa llamada Prisa, que es mucho más que un imperio mediático, un grupo al servicio de los intereses económicos de Don Jesús o un instrumento de propaganda del Gobierno.
Prisa es esencialmente una secta jerarquizada, donde se transmiten de arriba abajo las consignas en base a las que hay que informar. El sistema ha funcionado tan perfectamente que ya no es necesario ni siquiera explicitar esa filosofía que debe asumir quien pretende sobrevivir en el grupo.
El rasgo esencial que caracteriza a Prisa es el monolitismo, entendido como un espíritu que debe impregnar como la fe religiosa a cada profesional que pisa esa bendita casa. Quien no comulga con el credo, como Hermann Tertsch, se tiene que marchar de la Iglesia. Al ser preguntado en la Junta de Accionistas sobre la presencia de Tertsch en Telemadrid, Polanco respondió que «la contradicción ya había sido superada», en referencia a que este periodista no volverá a trabajar en Prisa por el leso delito de no coincidir con la línea editorial de El País.
Para los jefes de Prisa, la actitud de Tertsch no es sólo incomprensible. Es, sobre todo, un anatema, que vulnera el dogma que todos deben asumir: el principio de obediencia al que manda. Esa fe religiosa implica la creencia ciega de que la línea editorial de El País es la expresión máxima de la racionalidad y del progreso, por lo que resulta inaceptable que un redactor pueda apartarse de esa Idea hegeliana de la que comulga el cuerpo eucarístico de las buenas conciencias.
El País es la verdad absoluta que toma conciencia de sí misma en sus páginas en un proceso de realización de la Razón. Por tanto, cualquier obstáculo o cualquier crítica a ese designio histórico sólo puede provenir desde la caverna o desde la mala fe de quienes se niegan a reconocer dónde está esa verdad absoluta. Por el mismo motivo, cualquier desafuero o manipulación está justificado porque la mentira puede estar al servicio de la verdad si la causa lo requiere. El error del PP al anunciar un pseudoboicot a los medios de Prisa ha servido para reforzar esa visión mesiánica, maniquea y prepotente de los Polanco, Cebrián y compañía. A pesar de su pasado, todos ellos sufren el síndrome de Prometeo, que robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. La única diferencia es que el titán griego no cobraba ni recibía favores del poder.
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