Era un partido desigual que enfrentaba a una selección campeona del mundo con otra que en toda su historia ha ganado un solo partido oficial. Sin embargo, esa carta de presentación fue suficiente para que la afición inglesa, entregada a la grandeza de los tres leones de su escudo, aterrizara masivamente en Barcelona dispuesta a ver en liza a la débil Andorra. Los ingleses acabaron goleando (0-3) en otro partido para olvidar.
El desembarco de ingleses en la capital catalana se hizo notar desde la víspera del partido: el centro de la ciudad y las terrazas de los bares se poblaron de gentes descoloridas e invariablemente uniformadas a la manera de Bobby Charlton. Los más de 17.000 ingleses que acudieron a la cita marcaron claras diefrencias con los del Liverpool, que hace tan sólo un mes acompañaron a su equipo en el Camp Nou. Por una parte, triplicaron a aquéllos en número, y además se presentaron acompañados de un clima típicamente inglés: frío cortante, lluvia y viento hicieron de su estancia una desapacible espera del partido. El desastre meteorológico vino tal vez causado por el mal ambiente reinante en la selección inglesa, donde la racha de cinco partidos consecutivos sin ganar con un solo gol a favor ha convertido la decapitación del técnico, Steve McClaren, en objetivo prioritario de varios medios de comunicación.
Los puristas del fútbol de patadón son legión entre los que durante toda la tarde de ayer desfilaron por La Rambla. Johnny, de Manchester, se paseaba en pantalón corto y una bandera con la cruz de San Jorge como únicos atuendos. Afirma no tener frío, y se refiere como única explicación a los «vasos de cerveza de ocho euros», frase que acompaña co un gesto casi obsceno para referirse al tamaño de las jarras. Un sonrosado compatriota suyo, Lee, se queja de que la policía le ha quitado una bandera. «Israel es mucho mejor que esto», asegura.
Pero la jornada, que dejó pingües beneficios a los restaurantes de comida rápida del centro, en bares de todo pelaje y en los taxis, estaba encaminada al partido. El frío no aplacó el ánimo de los supporters, encendidos con el God save the Queen, pero desde el primer minuto se vio que el juego de los británicos no anticipaba grandes goleadas. La selección andorrana, que en la víspera había aprovechado el entrenamiento de Inglaterra para hacer fotos, no necesitó gran cosa para frenar los tímidos ataques de una selección a la que le falta un media punta. Las lesiones de Joe Cole y Lampard, junto con la buena organización de los de David Rodrigo, bastaron para que los ingleses zanjaran la primera media hora con sólo dos ocasiones.
Una gran intervención de Koldo a remate de Lennon y un chut desviado de Downing fueron todo el balance de Inglaterra antes del descanso.Ahí acabó la paciencia de la grada, que comenzó a abuchear a los ingleses temiéndose un fiasco histórico. Al rescate, sin embargo, acudió Steven Gerrard. El gran capitán del Liverpool envió a la red un gran disparo desde la frontal del área a dejada de Ronney.
El tanto no cambió la dinámica del juego, muy trabado por las constantes y durísimas entradas de los ingleses. Andorra siguió dedicada a la labor de defender renunciando a pisar campo contrario y ayudó a culminar un espectáculo futbolístico para olvidar.Tal fue el sopor que hasta los más aguerridos hinchas británicos acabaron por callar, silenciados bajo un aguacero más propio de Manchester que de Barcelona. De nuevo Gerrard, que culminó una jugada individual superando a Koldo por abajo, fue el encargado de recordar la supuesta categoría de Inglaterra. Nugen, ya en el descuento, marcó el último tanto. El 0-3 dejó la sensación de que, pese al orgullo de una afición irreductible, Inglaterra ha dejado de ser una potencia futbolístivo y que se ha convertido, como el Olímpico de Montjuïc con su fachada cubierta de andamios, en un pedazo de historia venido a menos.