Lo que, de acuerdo, evidentemente importa -se trata de toda una récord woman: la primera mujer negra en triunfar en toda regla en Hollywood-, pero lo de ayer en un hotel madrileño tiene más que ver con el inasible encanto de una estrella, con ese glamour no resistible: fue esbozar Berry una tenue sonrisa levemente pícara, y ponerse a babear la turba de reporteros, embelesados (féminas incluidas).

Lo de menos era la película que la traía a España, de la cual ya da pistas el título, de ciertas resonancias de telefilme de sobremesa: Seduciendo a un extraño. En la cinta, Berry da vida a una periodista que investiga el asesinato de una chica en el Nueva York de alto copete de alrededores de la Zona Cero. Hay muchos sustos y nada es lo que parece, excepto el propio filme, que tiende al subproducto y ha costado 46 millones de dólares (unos 37 millones de euros).

Berry, ex chica Bond y ex Cat Woman entre otros pasados, se quedó «prendada» del guión, como se empeñan en repetir de forma aburrida, una y otra vez, todas y cada una de las estrellas estadounidenses que se dejan caer por España para promocionar sus filmes, y más en concreto si se trata de thrillers sin pretensiones como Seduciendo a un extraño.

Así que, pasado el momento hipnosis, hubo que rascar bajo las palabras de la actriz, sorprendentemente fresca y refulgente a sus 40 años (¡!) cumplidos el pasado mes de agosto, con la intención de hallar alguna frase interesante. Y se le planteó, por ejemplo: ¿cuánto le ha beneficiado y cuánto le ha perjudicado a Halle Berry su evidente belleza?

«Mmmm... Creo que ése es un concepto obsoleto, ser bella sin más está pasado de moda. Mmmm... [leve y encantador titubeo] Yo nunca he enfocado mi carrera hacia la belleza como otros sí que han hecho. Más que obstáculo o ayuda, hay que tener en cuenta que cuando yo empecé en esta profesión, hace 20 años, una mujer de color lo tenía muy difícil... Y el concepto de belleza es algo subjetivo», dijo la actriz. Más o menos, ¿no?, se le repuso. Sonrisilla: «Sí, más o menos. Pero si alguien me ve bella o no, sin más, me parece algo obsoleto».

¿Y cómo vive su condición de primera mujer negra ganadora de un Oscar a mejor actriz? ¿Siente alguna clase de responsabilidad? «No demasiado. Basar mi carrera en que he conseguido un Oscar e intentar conseguir otro sería un suicidio profesional, una trampa. Ganar un premio así sólo quiere decir una cosa: que se termina un año de trabajo y alguien llega, te da una palmada en el hombro, y te dice: 'Bien hecho'. Y no hay más responsabilidad que la que haya contraído con mi gente, con la comunidad afroamericana. No debo pensar más en el Oscar, sino seguir mi camino».

Todo muy razonable, pues. Berry explicó también, acerca de los meandros laberínticos del argumento de Seduciendo a un extraño, que «los guionistas cada vez lo tienen más difícil para confundir al público, que cada vez es más listo». Y, respecto a la presión que supone el Oscar para elegir papeles, señaló a las agencias de prensa la actriz nacida en Cleveland que «Hollywood es muy duro, mucho, y más para una mujer».

El 'vecino' Bruce

Da una idea de lo doméstico del estrellato hollywoodiense (que Berry no representó ayer en Madrid: estuvo simpática sin afectación y atenta sin excesos) cómo llegó el referido guión a manos de Bruce Willis, partenaire de Berry en la cinta: fue ella misma quien se lo pasó, a mano: «Vivimos al lado en Beverly Hills. Tan sólo salí al jardín, llamé al timbre y se lo pasé».

La productora del filme contaba después que Willis se puso en contacto con ella... «Y me preguntó: '¿Puedo hacer el papel del malo?'. Y no me extrañó en absoluto: el personaje es guapo, duro, peligroso y, en cierto modo, honesto». Así se las gastan las superestrellas: casi como políticos buscando un electorado.

La coartada intelectual del filme, si la hubiere, es que «todos finalmente tenemos secretos», explicó Berry, que abundó: «Todos utilizamos muchas veces máscaras, y todos sabemos que muchos secretos se van directamente a la tumba... Los míos, desde luego, irán».

Las distribuidoras de los taquillazos estadounidenses saben bien que, informativamente, vale más la foto de la estrella que ninguna de sus frases. Así que los encuentros de los plumillas con ellas son visto y no visto, prácticamente más cortos aún que la sesión de fotos. El paso de Halle Berry por Madrid ayer participó de esta dinámica: la mujer llegó, dijo prácticamente dos palabras a cada periodista, posó irresistible bajo la lluvia inclemente de flashes, y se volvió por donde había venido. Eso sí: dejó imagen de estrella cercana, agradable y, ya se ha dicho, absolutamente bella.