CARLOS TORO
Segundo oro individual de Michael Phelps y segundo récord del mundo. El ideal en el seno de la perfección y la excelencia. En otra jornada inolvidable para la natación, y no sólo para él, Phelps rompió una nueva barrera cronométrica y psicológica. Sus 1:52.09 en los 200 mariposa, casi un segundo menos que la plusmarca anterior en una prueba más bien breve, suponen un recorte tan descomunal que hacen dudar de la imparcialidad y cordura del reloj. La plata se obtuvo con 1:55.13. Sin comentarios. Los números hablan por sí solos.
Pero, y a la espera hoy, mañana y más adelante, de nuevas maravillas de impensable alcance, si tuviéramos que glosar una única gesta del joven de Maryland, retrocederíamos hasta el anteayer de Melbourne y la prueba de los 200 libre. Y lo haríamos por razones históricas. En 2004, en los Juegos Olímpicos de Atenas, y en la persecución de su sueño de superar las siete medallas de oro que ganó Mark Spitz en 1972, Michael Phelps tomó una de esas arriesgadas decisiones que honran a un deportista: participar en esos 200 libre, el reino dual e inviolable de Ian Thorpe y Pieter van den Hoogenband.
Y mordió el cloro. El australiano (oro) y el holandés (plata) mantuvieron con cierta holgura las jerarquías. Phelps salió de Atenas con seis oros y dos bronces en cinco pruebas individuales y tres por equipos. Un año después, en los Mundiales de Montreal, se hizo con el oro de esos lejanos y esquivos 200 libre. Pero no figuraban en el reparto de la obra ni Thorpey ni VDH.
Aquí, en Melbourne, estaban los dos. Van den Hoogenband en marmórea carne mortal. Y Thorpe, ya retirado, en intocado espíritu por medio de su fantástico récord de 1:44.06. Phelps, con 1:43.86, hizo trizas a ambos y elevó hasta una cota esplendorosa a la natación mundial. Su nombre, por si no lo estaba ya, se une al de otros supremos Michael del deporte mundial: Jordan, Johnson y Schumacher. Tanto monta.
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