VICTORIA PREGO
Potentísimas, insuperables y, al final, probablemente inútiles, deben de haber sido las razones que llevaron ayer al ex director general de la Policía a cometer un error tan mayúsculo. Y no será porque el presidente del tribunal no se lo advirtiera en todos los tonos posibles, pero él, en medio de un silencio tremendo, cargado de angustia y de tensión, en el que los presentes tenían cara de no estar dando crédito a lo que oían, se enrocó en su negativa a cumplir con su obligación de ayudar a la Justicia.
¿A quién estaba protegiendo a costa de sí mismo? Y más: ¿cómo es posible que un hombre como Díaz de Mera, que ha tenido tan difíciles responsabilidades en momentos límite, no supiera en qué tela de araña se estaba metiendo cuando se empeñó en defender con voz firme y gran seguridad que, efectivamente, existe -o existió- un informe, elaborado a solicitud del entonces máximo responsable policial, Telesforo Rubio, que establece conexiones entre ETA y el 11-M? ¿Y, cómo, después de haber puesto sobre el tapete una información tan relevante para el proceso -quizá no decisiva, pero sí relevante- pretendía no darle al tribunal la fuente que le había informado sobre el asunto?
Es asombroso que él no supiera que una cosa así no es posible hacerla porque conlleva una sanción no sólo económica, y ya veremos si también penal sino, con total certeza, una severa sanción social y casi inevitablemente una sanción política. ¿Es que él iba dispuesto de antemano a arrostrar todas esas consecuencias y a defender su posición indefendible o es que se encontró de pronto con la torpeza cometida y optó por embestir contra su propia persona?
En mitad del fragor de incredulidad, indignación y críticas que se extendieron por el recinto en cuanto el presidente Gómez Bermúdez anunció un descanso de media hora antes de reanudar la sesión, se barajaban a mil voces las únicas dos hipótesis posibles sobre este episodio. O el tal informe no ha existido nunca y es una mera invención, o sí que existe y el testigo no se inventa nada. Pero si esos folios nunca se redactaron, ¿por qué se obcecó él de aquella manera tan rotunda en defender su existencia a voz tonante, en lugar de escurrirse, como tantos otros en esta causa, por la vía del no recuerdo o del no estoy seguro, quizá me equivoqué? Y si, por el contrario, esos folios existen -o existieron en su momento y, como el informe del anterior declarante Parrilla, han desaparecido después-, ¿cómo es posible que no llegara a la sala trayendo la autorización de su fuente para dar los datos que, sin duda, el tribunal le iba a pedir?
Lo que el testigo parece ignorar es que pudiera ser que alguna de las partes solicitara al tribunal que ordene la investigación de este hecho que ha quedado de tan mala manera en la penumbra. Y que, si los jueces decidieran eso, su fuente podría ser descubierta mientras que a él ya nada le evitaría ni el castigo ni las dudas sobre su fiabilidad.
Qué potentes han debido de ser sus razones. Y qué ciegas. Como el amor.
victoria.prego@el-mundo.es
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