Mientras Otegi acataba la Ley de Partidos y ETA amenazaba volver a Santa Bárbara (siete detenidos del complejo Donosti), yo estaba en la grada de los leones junto a Cósima, una delicada muchacha que vive la edad de las grandes pasiones. Los deseos los ha dirigido, por ahora, a la política. No era Cósima Wagner, ni llegó con un pavo real, un espejo y un arpa, como suele retratarse a la adolescencia, pero siguió con atención litúrgica el debate, como si fuera un concierto sinfónico.
- ¿Te gusta la política?
- Sí.
- Si un día te sientas en el Hemiciclo, ¿en que bancada?
- Eso está por decidir.
Mal ejemplo le dieron sus señorías a Cósima. Se decían oreja a oreja que pueden volver las pistolas. Una jefa de prensa comentaba en la tribuna que iba a mostrar la Visa Oro de Caldera como respuesta a las acusaciones que hacen a Zaplana. Manuel Marín, entre una algarada de insultos y patadas, estuvo a punto de interrumpir el Pleno. Qué estériles, broncos e inútiles resultan estos debates con su escabechina retórica y el vocerío de taberna. ¿Es así -se preguntaría Cosima- como hablan los padres de la patria? Mariano Rajoy dijo que el presidente no ha impedido que Otegi vaya a la cárcel y ha querido que De Juana esté en la calle. La vicepresidenta del Gobierno acusó a Zaplana de confundir sus intereses personales con los generales y de aplicar la legalidad a su antojo. Y Acebes hizo sarcasmo con el precio del café de Zapatero: «Ni los españoles le van a votar por lo que está haciendo ni el café vale 80 céntimos».
Al despedirme de Cósima, ella me dijo con insidia británica: «To esto me ha parecido muy gracioso».
Fue entonces cuando el presidente del Gobierno nos invitó a la tercera planta para demostrarnos que el café vale 0,70, 10 céntimos menos de lo que anunció en televisión. Sacó dos billetes de 20 euros y nos invitó a Azpiolea (El País), a Julián Lacalle y a mí, mientras llegaban los otros compañeros.
Cuando íbamos hacia el bar, le dije:
- Señor presidente: los republicanos hablaban de usted.
Aún no había nacido el presidente cuando veíamos anuncios de chapiris que decían: «Los rojos no usaban sombreros». Los rojos contestaban a la provocación en los grafitis de los retretes: «Los republicanos no tratan a la gente de tú».
- ¿Qué dices de los republicanos?
- Que no tuteaban.
- Lo hice por cercanía. El usted me sale más forzado. Eso de usted es más bien una cortesía francesa.
- Pero cuando habló de la República se le iluminó la cara.
- Es que fue la pregunta que más me sorprendió.
Sus hijas lo bajaron a la tierra cuando le aclararon que un café cuesta un euro. Él sabía que la taza cuesta, en Moncloa, 0,65, y en el Congreso, 0,70. El programa lo vieron siete millones de espectadores. «Ese debate supone un cambio profundo, que no tiene marcha atrás. Desmiente la desafección por la política. Marca un antes y un después. La democracia gana, gana el país. Ha sido lo más libre que alguien ha podido ver nunca. Tuve la fortuna de ser el primero. Que tomen nota algunos grupos políticos de la cortesía de los ciudadanos».
Le hablé del impasse en el proceso y de los presagios funestos que anuncian que otra vez podemos andar sobre las tumbas. El presidente me dijo que el final de la violencia hay que verlo con perspectiva de 10 años, pero lo dijo con ojos de ánimo y certeza.