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La primera máxima de todo ciudadano ha de ser la de obedecer las leyes de su país (Descartes) |
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AQUI / NO HAY PLAYA |
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'¿Qué pasaría si todo pasase al mismo tiempo?' |
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Javier Lorenzo
Disparar con pólvora del rey es una de las aficiones favoritas de los políticos. Las campañas de autobombo que pagamos entre todos son tan frecuentes, incluso, que el peatón y la gran mayoría de los ciudadanos las consideran algo normal, indisolublemente unidas al paisaje y la imagen de la capital. Sin embargo, son muy fáciles de distinguir de lo que es la pertinente información que toda corporación debe rendir ante sus administrados. Como ejemplo del primer caso, ahí tenemos la campaña del Ayuntamiento que reza: «¿Qué pasaría si nunca pasase nada?» Como ejemplo del segundo caso, el Ayuntamiento va a imprimir dos millones de folletos para explicar a los conductores cómo no perderse en los vericuetos de la remodelada M-30, que anda la gente algo despistadilla -natural- y se mete empecinadamente por donde no es.
Que el alcalde haya rechazado inaugurar cualquiera de las innumerables obras que se han hecho durante su mandato, al peatón siempre le ha parecido una exageración, el desplante torero de quien ya sabe que va a salir por la puerta grande. A él no le hubiera importado que Ruiz-Gallardón se hubiera calado el casco alguna vez, que para eso ha sido el responsable del guirigay. En cambio, los carteles que inundan las farolas de la Castellana se le atragantan, pese a que agradece esas fotos del Madrid antiguo (por cierto, absolutamente recomendable la exposición fotográfica Madrid al paso, que recorre la vida de la ciudad entre 1926 y 1971) y admite que, en un sentido estrictamente publicitario, la idea es muy buena (no como la de la Comunidad, que si plagia a Win Wenders, debería hacerlo con más estilo), aunque capciosa, torticera e intrísecamente falsa. Porque la cuestión no radica sobre la necesidad o no de las obras, sino sobre la inevitabilidad de que todas coincidieran. En el fondo, lo que ocurre -piensa el peatón- es que no nos dieron los Juegos Olímpicos, pero que el alcalde aún no se ha enterado.
El lema, desde luego, se las trae. Ese «¿Qué pasaría...?» está tan amañado que discutirlo es como albergar dudas sobre la bondad de la luz eléctrica o los beneficios de la anestesia epidural. Y también, sutilmente, está expresando la fabulosa suerte que tienen los madrileños con este regidor, que les sacará del marasmo y les conducirá hacia un futuro esplendoroso. Y una gaita, se dice el peatón un tanto extemporáneamente. Que se haya abandonado la Edad Media no justifica que ahora haya que sonreír y aplaudir si has tenido como vecinos durante los últimos años a una tuneladora y a una troupe de grúas, martillos neumáticos y taladradoras. Si toda la ciudad -bueno, casi toda- se ha convertido para sus habitantes en un insufrible y torturado campo de batalla. Al menos, los madrileños ya saben qué es lo que pasaría si todo pasase al mismo tiempo.
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