Jueves, 29 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6311.
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Aliviada por el chocolate
SILVIA GRIJALBA

Seguramente sería por su bien, intentaba no dudarlo. Su madre también se había pasado casi 15 años, durante toda su adolescencia, diciéndole que no comiera pan, que hiciera más ejercicio y que dejara de pedir postre cuando comían fuera de casa. Había sido una niña gordita, después pasó a ser una adolescente rellenita y era una mujer obesa. Su madre y su marido justificaban sus «deberías hacer régimen, no comas tanto pan, ¿por qué no pruebas esta dieta?», diciendo que lo hacían por su salud, para que estuviera mejor. Rosa no lo ponía en duda, pero le daba la impresión de que además de velar por su felicidad, tanto su madre como Jorge, su marido, también pensaban en ellos mismos. Que su madre, siempre delgada, preocupadísima por su físico, no podía disimular el desencanto que le producía que su hija pequeña no cumpliera con el canon estético de la familia ideal que ella tenía en su mente. Y respecto a su marido, pues parecido. Ella no le había engañado, cuando la conoció pesaba 90 kilos, bastante para su metro setenta, así que no podía decir que no sabía dónde se metía... pero Rosa estaba segura de que Jorge, con su carácter emprendedor había pensado que terminaría convenciéndola de que adelgazara, algo que ella, en principio, no tenía intención de hacer. Estaba sana, no tenía ningún complejo y si valoraba los pros y los contras, prefería seguir comiendo bien, no privarse del chocolate, del pan ni de la nata, antes que tener un tipo perfecto. Pero, poco a poco, esa militancia a favor de la gordura empezaba a hacer mella. Jorge insistía más de lo habitual en el asunto del régimen, le traía folletos de marcas de lencería atrevida, como Agent Provocateur (www.agentprovocateur.com) o de La Perla (Serrano, 28), que por supuesto no tenían tallas de sujetador 100 D ni 95 E, se le iban los ojos detrás de las chicas guapas (y delgadas), algo que nunca había ocurrido antes; apagaba la luz cuando hacían el amor y lo cierto era que poco a poco había disminuido la frecuencia y ya no digamos la calidad. Rosa lo tenía cada vez más claro: la dejaría por otra, obviamente más delgada. Así que por primera vez en su vida decidió ponerse a régimen. Fue a un endocrino. Dos meses después de la primera visita, había adelgazado 10 kilos. Todo el mundo que la rodeaba estaba feliz. Rosa sonreía, pero de lo que tenía ganas era de repartir puñetazos. El régimen le hacía sentirse enfadada, triste, amargada. Para colmo, había perdido el apetito sexual y aunque Jorge no paraba de decirle que estaba guapísima, no paraba de discutir con ella. Tres meses después, cuando estaba a punto de llegar a los 65 kilos que le había recomendado el médico como peso ideal, mientras hacía steps en el gimnasio, vio pasar por la calle a Jorge, a su Jorge, cogido de la mano de una chica. Saltó de los steps y sacó la cabeza por la ventana, les siguió con la mirada y vio cómo se daban un beso largo, mojado, como hacía mucho tiempo que Jorge no le daba a ella. Rápidamente miró el culo de la chica... y no, no estaba gorda, sólo le faltaba eso... No tenía claro qué sentimiento ganaba la carrera, si la rabia, la pena, la sensación de abandono o el alivio. En la puerta del vestuario se cruzó con una chica con la que solía coincidir en las clases de gym jazz, la saludó y cuando le preguntó: «¿Vendrás mañana a la clase?», Rosa le respondió que no y se dio cuenta. Ganaba el alivio. Por primera vez desde que tenía 13 años se daba cuenta de que no tenía que justificar ante nadie que prefería comer chocolate a entrar en una talla 40.

silviagrijalba@mixmail.com

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