En alguna entrevista que le han hecho recientemente a Aga-tha Ruiz de la Prada, ella ha vuelto a su perdurable teoría de la moda, o sea que la moda no es amor y lujo, como creen muchos modistos. Y puntualiza ahora esta singular e inventiva creadora:
- El deseo de estar sexy 24 horas es incómodo y poco elegante.
Teoriza Agatha que ese afán de mantenerse todo el día como mujer fatal no supone sino una sugerencia de los grandes y pequeños creadores para sumergir a la mujer decisivamente en la revolución del desnudo, en la personalidad incesante (la del modisto, no la de la compradora). Ya digo que la frase o sentencia de Agatha me parece muy eficaz para desmitificar el lugar que hoy ocupan las continuas modas en la vida de la mujer, que ya no tiene personalidad propia sino préstamos de desnudo o vestido que le hace su proveedor de buen gusto.
La sentencia de mi amiga Agatha me ha recordado una cosa parecida que dijo hace años el escritor Manuel Vicent definiendo a la generación literaria del 27: «El poeta del 27 es un señor que se viste de domingo toda la semana para andar por casa». Efectivamente, el de esa generación, más o menos famoso, posaba endomingado toda la semana para verse poetísimo en los espejos de su casa.
Quiere decirse que Cernuda o Guillén tenían uniforme de tales, como también lo tuvo D Ors para hacer la Guerra Civil. Por lo que se refiere a la moda, que es lo nuestro, la entendemos como una potenciación del eterno femenino, que no tiene mucho que ver con el sexy de sesión continua, con la incomodidad de la reiteración ni con la elegancia, que no es uniforme ni insistencia ni monotonía.
Y estamos ya rozando esa manía de la calidad de la vida que es el tema de nuestro tiempo y del tiempo venidero, como exhibición y alarde de lo propio o adquirido, personalidad reforzada por el euro y competencia continua entre unos y otros (modistos) y entre unas y otras. Todo menos democracia. Porque los afanes de aristocracia pintan mejor con la personalidad del príncipe Carlos de Inglaterra, que sólo maltrató a una mujer, Lady Di, pero digamos que con cierta violencia principesca. Estamos viviendo un socialismo de ida y vuelta que brilla sobre todo en las sesiones de la moda y sus elegancias a todo trapo, aunque cada día vemos en los desfiles menos trapo y más madera, como dirían los Hermanos Marx, o sea más cuerpo pecador, obsérvese Elsa Pataky, que ya ha habido víctimas por su cuerpo alimenticio y su alma de papel couché.
Somos, o sea, una tribu nudista que convivimos a toda raza como los señores de la Unión Europea, que se citan en Berlín para beber cerveza y europeidad bajo la puerta de Brandenburgo, y la europeidad no es sexy barato, uniforme de estar en casa ni elegancia de carterista de la Bolsa, sino incomodidad de saludar a Zapatero en todas las esquinas de Berlín. La elegancia es un asunto europeo que viene de Grecia y tiene una de sus más altas expresiones en Persia, que ya lo dijo André Breton: «Persia, siempre Persia; Grecia es el gran error». Y algunos modistos.