por Anna R. Alós
Sucedió un atardecer en un chiringuito de la playa de Cambrils.Adriana y su amiga Elena escuchaban cómo sonaban los tambores de dos hamaqueros argentinos, musculados y con rastas de las que sólo se consiguen a base de acumular suciedad. Sin ninguna previsión, aparecieron dos nuevos chicos y las saludaron. Adriana los presentó a su amiga.
-Este es Fabri -dijo señalando al más alto- y es taxista en Tarragona.Y este es Guille -señalando al más bajito-. Por cierto, Guille y yo compartimos un fugaz cameo el primer verano que pasé aquí.
El tal Guille asintió. Fue tanta la franqueza de ambos que Elena se mantuvo en la línea y preguntó:
-¿Cameo de una sola vez? Hacéis buena pareja.
-Ya -contestó él- pero tu amiga no es nada fácil. Me apuntó con un rifle al terminar.
Se conocieron en invierno en un pub, en esos meses en que los pueblos de playa se convierten en escenario fantasma. Guille era electricista y Adriana ya le tenía visto. Cruzaron miradas en la barra y dos horas después estaban en la cama de ella. El electricista, coherente, hizo que saltaran chispas en la cama.Tras un par de horas de sexo, se quedaron dormidos. Adriana fue la primera en despertarse, muerta de hambre, y abrió la nevera dispuesta a saquearla. Encontró un bote de nata en spray que pulverizó sobre su lengua y después se agenció la tableta de chocolate blanco. Remató con un vaso de leche fría con Cola Cao.Odiándose por haber engullido con desmesura y haber echado a perder dos días de dieta de asquerosa pechuga a la plancha y berros, volvió al dormitorio y le miró. Roncaba ligeramente, tenía las piernas separadas y un pie orientado hacia cada lado.Se le veía satisfecho. Completamente desnuda, se dirigió al armario en el que guardaba el rifle con el que acompañaba a su padre a cazar jabalís en Burgos, tomó el arma y le apuntó, absorta en un juego mental, directamente a la tripa porque le pareció que la circunferencia del cañón encajaba perfectamente con el ombligo. Él despertó y la vio allí de pie, desnuda, con la cabellera suelta, bellísima, y apuntándole con un rifle. Saltó de la cama y salió a toda prisa sin mirar atrás. A ella le dio tiempo de asomarse a la ventana y ver cómo arrancaba la moto empujándola en la bajada, desnudo y sin casco.
No volvieron a verse hasta que coincidieron aquel atardecer en la playa. Elena supo por el amigo taxista que Guille estaba recibiendo tratamiento psiquiátrico. Hacía meses que se despertaba a media noche e imaginaba que una mujer le disparaba con un rifle en el ombligo y sus intestinos se esparcían por la arena de Cambrils sin remedio.
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