LETICIA BLANCO
Andrés Barba y Javier Montes han ganado esta semana el premio Anagrama de Ensayo por La ceremonia del porno. Jordi Costa desvelaba hace unos meses las interioridades de los obreros del porno español sin filtros glamourosos en El sexo que habla. Y mañana sábado, el Macba acoge una especie de seminario (mitad fórum nocturno, mitad performance) sobre el nouvelle vague porno. Conclusión: parece que el género anda enfrascado en una cruzada para desencasillarse, quitarse de encima tópicos y reclutar nuevos adeptos, especialmente entre las filas femeninas.
Francia es precursora. A finales de los años 90 surgió una nueva corriente encabezada por actores y actrices porno que comenzaron a producir sus propias películas, dando lugar a otra manera (más natural, menos artificiosa) de representar la sexualidad. Inspirados por la literatura trash, Baudelaire, el realismo sucio de Bukowski, las películas de terror, la cultura punk-rock y gótica o los movimientos feministas americanos pro-sex, desarrollaron una estética y un discurso nuevos, muchas veces basado en la autoficción.Como Coralie Trinh-Thi, actriz porno y directora de la polémica Baise-moi, que mañana participará en el seminario junto a Hervé Pierre Gustave, precursor del gonzo que reivindica un porno avant-garde y no comercial. Y si como decía André Bazin, «el cine es ante todo el arte de lo real», no extraña que a este nuevo porno fresco y casi autoconfesional se le haya bautizado como nouvelle vague porno.
De realismo sucio sabe Lydia Lunch, femme fatale icono del underground neoyorquino en los 70 que, como Bukowski, escribe y compone a partir de lo vivido en propia piel. Lunch pondrá el punto y final al seminario con una de sus performances (no aptas para el espectador vago, de esas que no dejan buen estómago). Aunque ella no considera que sus recitales de spoken word, donde habla de sexo y política sin rodeos, sean pornografía.
«Mi objetivo es otro. Desde que empecé haciendo cine en los 80 he intentado siempre transgredir lo correcto, en parte para liberarme a mí misma de mis obsesiones más oscuras. Y de mis traumas. Hubo un tiempo en el que me convertí en insaciable, en una adicta a todo: al sexo, las drogas, la comida, las personas... y el único sexo que me hacía sentir viva era el que me llevaba a la muerte. Después de pasar por una fase como esa, en la que sólo me llenaba el vampirizar la energía de lo que me rodeaba sin llegar a saciarme nunca, me di cuenta de que sólo yo podía satisfacerme a mí misma. Y eso es aplicable a todas las personas. Hay que conocerse a sí mismo. También me di cuenta de que mis heridas eran universales. Y de que existe una falta de voces femeninas, sexys, fuertes y enfadadas con ganas de quejarse». Su libro Paradoxia: Diario de una predadora, todo un clásico del feminismo punk, se reeditará en breve.
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