Viernes, 30 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6312.
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UN DEBUT ARRIESGADO / «No he intentado dejar mi huella: la obra no lo necesita», dice el 'regista' / Quiso convertir el barco de la obra en nave espacial, pero lo dejó en fábrica
Alex Rigola mira a Wagner a los ojos
El director teatral se atreve con 'El holandés errante' en su primera incursión en la ópera, en el Liceu
NURIA CUADRADO

BARCELONA.- Ni Rolling Stones, ni Velvet Underground, ni Sonic Youth. Alex Rigola ha abandonado a algunos de sus músicos de cabecera, ha olvidado la banda sonora de muchos de sus espectáculos, por la fuerza de Richard Wagner.

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Igual que, de momento, Rigola ha aparcado el teatro para catar el mundo de la ópera. Y, a falta de la prueba de fuego del estreno, Rigola se relame de gusto con los nuevos sabores degustados en El holandés errante, el título elegido para su debut, el espectáculo que el próximo miércoles estrenará en el Gran Teatro del Liceo. «Es un placer», admite, «que, cada día, te canten en los ensayos».

«Muchos me dicen que es peligroso debutar en la ópera con una partitura de Wagner, pero no estoy de acuerdo. Qué mejor ayuda para un director que tener a su disposición un material tan bueno. Eso sí, después uno tiene que demostrar que está al nivel», explicaba ayer ante un bocadillo y una dosis extra de cafeína, con cara de cansancio y nariz de alergia Alex Rigola, actual responsable del Teatre Lliure y paseante habitual por los caminos de Shakespeare -de Julio César a European House (prólogo de un Hamlet sin palabras)-, aunque también conozca a O'Neill, Koltés, Mamet y Brecht. En todos ellos, a veces más y otras menos, Rigola ha dejado su pisada, ha estampado sus señas de identidad al subirlos a un escenario. Pero, admite, no ha sido así con Wagner. «Aquí me mantengo en segundo plano. Manda Wagner y mi puesta en escena va por atrás, aunque sea necesaria porque sin ella la ópera no es ópera». Y añade: «No se trata de que haya intentado o haya evitado dejar mi huella; sólo de que hay montajes que lo piden y otros que no. Y este Wagner no lo necesita».

Pese a lo tajante de su afirmación, recuerda Rigola que no fue así desde el principio, que sus primeros pasos en este Holandés bailaron por otros derroteros. Y es que su primera intención fue que el barco no fuera tal sino una nave espacial y que el Holandés vistiera en vez de una escafandra de buzo la de astronauta en una puesta en escena que era, además, homenaje a aquel 2001 de Kubrick. «La idea me funcionó al leer el libreto. Pero, luego, me di cuenta de que no podía trabajar como en teatro, que en ópera hay que leer el texto a la vez que escuchaba la música. Y en la partitura de Wagner suena el mar, el viento y la tempestad. Así que tuve que cambiar», admite y, con el cambio, llegó la voluntad «de no distraer al espectador» y la apuesta por un escenario más neutro, una fábrica de conservas, aunque, eso sí, ambientada el siglo XXI.

«Necesito acercar mis puestas en escena a la actualidad para abordar los problemas que plantea desde una óptica contemporánea». Y eso es lo que dice haber hecho, aunque decidiera no centrarse en la redención -el tema que normalmente se toma como eje de El holandés- sino en las obsesiones de los personajes. «Dedican su vida a llegar a un lugar que apunta al infinito y esa búsqueda de imposibles tan sólo les conduce a la tragedia», explica Rigola la historia de este marinero condenado a surcar el mar hasta que una mujer logre librarle del maleficio. «Actualmente la redención sólo la viven personajes extremos, seres que han quedado fuera de la sociedad, ya sean drogadictos o políticos corruptos, y quería que mi lectura fuera más universal», añade.

Si tuvo que aprender que música y letra en ópera siempre caminan de la mano, también ha tenido que salvar el reto de trabajar con cantantes. «No ha sido ningún problema. Todos son execelentes actores», se felicita; y luego añade: «La música ya pone la energía y la intención en todo lo que dicen, les facilita el trabajo de actor». Alan Titus (el Holandés), Susan Anthony (Senta) y Kurt Streit (Erik) intepretan los roles principales de esta pieza de Wagner que cuenta con la batuta de Sebastian Weigle, director titular del Liceo.


Una traducción al catalán «estúpida»

Le prometieron que serían coproductores del espectáculo. Y que se estrenaría en Fráncfort como parte del desembarco de la cultura catalana en la gran feria del libro. Y la colaboración parecía tan cerrada que desde el Instituto Ramón Llull invitaron a Alex Rigola a dar el visto bueno al escenario. Sólo que, luego, el Llull se dio cuenta de que había un 'problema': el espectáculo hablaba español y estaba escrito por un autor que, aunque afincado muchos años en Cataluña, había nacido en Chile.

Y, de buenas a primeras, dejaron a Rigola y al Lliure compuestos y sin compañeros de viaje y el proyecto que preparaba -y prepara-, la adaptación teatral de la gran novela de Roberto Bolaño '2666', huérfano en la producción. ¿Y de cuándo data el desencuentro? Parece ser que coincide con el desembarco de Esquerra Republicana en el Llull. «Bolaño escribió '2666' en castellano, sería estúpido traducirlo al catalán», explicaba ayer Rigola, que confirmó que el Llull achacó la decisión de desvincularse de la producción a que ésta 'hablaba' español.

«Bolaño, pese a haber nacido en Chile, vivió muchísimos años en Cataluña. Además estrenar '2666' en Fráncfort no sólo es carta de presentación de un autor sino también de una compañía, la del Lliure, unos adaptadores y un director que forman parte de la cultura catalana», se quejó Rigola quien, además, añadió que decisiones de este tipo dejan parte de la creación catalana en terreno de nadie: «Ni el Instituto Cervantes porque estamos en Cataluña ni el Llull porque no trabajamos en catalán». De todas maneras, Rigola -junto a Pablo Ley- sigue trabajando en la adaptación de la maratoniana novela del chileno que, posiblemente, se estrenará este verano en Barcelona.

El espectáculo, además, ha encontrado nuevos compañeros de viaje tras la salida del Llull. Y no sólo catalanes; ya se han embarcado el Teatro Español de Madrid y el Cuyás de Canarias.

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