PABLO HERRAIZ
Con una pelliza ocre y muchos saltos, Orozco salió al escenario. Este cantante catalán, que por su música parece que se hubiera exiliado de Cádiz, llenó el Palacio de los Deportes. En primera fila, las chicas -y algún que otro chavalote- miraban con ansia y ojitos de amor sincero. ¡Qué bien tener 15 años! Se las sabían todas.
Al fondo, en las gradas, el ambiente era un poco más tranquilo. La música de Antonio Orozco podría tener un ramalazo a la de Medina Azahara... Bueno, a ver si nos entendemos: voz flamenca y guitarra eléctrica, salvando las distancias. Pero la tranquilidad de los/as chicos/as denotaba que esto no era flamenco heavy. Más bien, pop aflamencado, excepto por la guitarra solista, que le daba más caña al asunto.
En esta gira, Orozco presenta su cuarto disco, Cadizfornia, una gracieta que le da reminiscencias de carretera. De hecho, entre foco y foco, comenzaron a verse cifras: «12.000 Km.», «10.000 Km.», «8.000...» y así hasta que llegó a Madrid, se entiende. Rugidos con la cuenta atrás.
Los que acompañaban a la chati al concierto no estaban tan emocionados, la verdad, pero el premio ya llegará. Y tampoco es que éste sea un cantante de quinceañeras, aunque su público lo sea a mogollón. La prueba estuvo en el photocall previo al concierto, donde se plantaron Paloma Lago, Manuel Banderas y Verónica Hidalgo, que parece que la hubiera pintado Julio Romero de Torres.
Es un tipo normal, con una música que funciona. Pero además, le remuerde la conciencia, no deja de lanzar un mensaje cuando puede. Y así lo hizo anoche: «¡Noooooo!». Ejem, tampoco así, porque antes pidió a todos que gritaran «No a la guerra» (de ahí el berrido) con un tambor en plan Senderos de gloria de fondo, que dio paso a Soldado 229. Ahí estuvieron también Déjame, El viaje, Que se callen, Es mi soledad, Rarezas... ¿Alguien da más?
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