Viernes, 30 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6312.
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 MADRID
La Noche de los Teatros. Pou arrancó una ovación cerrada con su contundente discurso inaugural y tuvo que salir a saludar dos veces
Paseo por un maratón escénico
Las actuaciones en las calles de la ciudad fueron las grandes protagonistas de una jornada repleta de acontecimientos
COTE VILLAR

El escenario se quedó pequeño para acogerlos a todos. Los que querían figurar, los que pasaban por allí, los que se maquillaban para convertirse en otras personas. Empezaba la tarde en la avenida de Nazaret, cerca de la plaza de Conde de Casal, donde se alza la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Un barullo de personal, inusual para las horas y el lugar, se movía por las puertas a golpe de flash y nervio. Era la inauguración oficial de La Noche de los Teatros. Los alumnos de la RESAD espiaban desde arriba a las personalidades: el antiguo alumno, José María Pou, norte de sus propias carreras; el director, Ignacio Amestoy, más inquieto de lo habitual; el profesor, Pedro Víllora, recorriendo el hall como una Dulcinea; el consejero de Cultura y Deportes, Santiago Fisas, que se estrenaba como actor esa misma noche. Y el público. La razón de todo. Abierto y esperando el espectáculo.

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«Este lugar pone a 1.000 el motor de mi memoria», reconoció Pou, que estudió allí «hace 40 años». El dramaturgo catalán hizo una semblanza de su amor por el teatro repasando a los grandes autores del género y animando al público a cambiarle la cara a Madrid por una madrugada. «Que corra la noche a borbotones y terminemos calados de teatro hasta los huesos». La contundencia de su discurso, del que reproducimos un fragmento en la siguiente página, provocó un aplauso cerrado entre los asistentes. Como si de una función propia se tratara, el actor tuvo que saludar dos veces. Tras él, los alumnos de la RESAD pusieron en escena dos breves piezas: Con las espadas en alto y Canciones para una noche de primavera sin sueño, pero para entonces las autoridades ya volaban hacia otra de las 81 propuestas que se estaban produciendo en toda la ciudad.

A pesar de que asomaba su brisa húmeda de vez en cuando, la lluvia se mantuvo a raya toda la tarde. Ése era el mayor temor de Ana, que llevaba media hora en una de las largas colas que se formaron en la plaza de Sánchez Bustillo. La propuesta era inusual: tres containers industriales colocados a los pies del Museo Reina Sofía albergaban pequeños espectáculos comprimidos en los que cada artista realizaba su insólita e íntima propuesta. Sólo pasaban unas 20 personas a cada pase, con lo que la gente estallaba en largas serpientes impacientes esperando su turno. Ana era una de ellas. «A mí no me termina de parecer bien que digan que hay teatro al aire libre y luego llegues aquí y tengas que ponerte a esperar como si fuera un teatro normal», resoplaba. Las niñas no tenían muy claro qué iban a ver: «Una obra de teatro», decían, incautas, antes de entrar en la performance de danza de su contenedor industrial.

Sólo había una propuesta a la vista de todos. Salmorejo. Se pusieron a hacer salmorejo. Aceite, tomate, ajo, pan y sal. Música para los sentidos. Y armonía real. Porque a la vez que se cocinaba el plato cordobés, los ruidos originados por su elaboración (batir, cortar, comer, chas, chas, chas) salían transformados en ritmo en una propuesta de Le Comité Performance gastrosonora. Para oyentes con apetito voraz de nuevas sensaciones.

«Me enteré de lo de esta noche por la publicidad que han puesto en la calle», cuenta Belén, que espera en una de las colas junto a su amiga Beatriz. Programa en mano, planifica: «Si hace buena tarde, iremos luego a Vázquez de Mella. También hay que pasarse por el Ateneo». Aunque son asiduas a estas propuestas culturales -«no faltamos en La Noche de los Museos y estuvo fenomenal»- el teatro no es su fuerte «por temas de presupuesto».

A su lado, Antonio, que viene del Albéniz, no lo ve tan claro. «Si quieren promocionar el teatro, que hubieran dejado las entradas gratis esta noche o por lo menos que las hubieran abaratado», espeta sentado con los hombros hundidos en la escalera. Manuel opina igual, aunque le parece «fenomenal» que haya tardes como ésta en las que la escena se desarrolla en las aceras. «Ojalá pasara todos los días».

No lejos de allí, en la calle del Pez, un cuarteto de jazz y los miembros del grupo Yllana esperan al público con las puertas del Teatro Alfil abiertas y unas cuantas botellas de cava para brindar. Anoche, al terminar su representación de Star Trip, se quedaron un rato más con el disfraz de astronauta para charlar con los espectadores. Una conversación que se reprodujo en más de 40 teatros de la capital y de la que ayer por la tarde ya había pinceladas. «Nosotros celebramos el pasado martes el Día del Teatro invitando a paella», cuenta Fernando Gil, «por eso esta iniciativa nos parece tan buena idea, porque todo lo que sea echar una mano es bienvenido».

Hubo bromas con el consejero a cuenta de su comentado estreno como actor unas horas después. Él confesó su miedo, y ellos le dieron un par de consejos. «Los esfuerzos del teatro compensan porque te gusta».

En la plaza de Vázquez de Mella, ya cerca de las ocho de la tarde, no cabe un alfiler. Entre el enorme nudo de gente dos bailarines dibujan una mezcla de break dance con danza contemporánea. Julia y Araceli, que vienen precisamente del Reina Sofía, están entusiasmadas con lo que está sucediendo en las calles de Madrid. «Esto es precioso. Nosotras vamos mucho al teatro, hemos estado en el Español hace poco y también vimos a Julio Bocca», comentan, antes de enfilar el camino hacia la plaza de Chueca, donde otro espectáculo callejero va a tener lugar.

Más abajo, en el número 31 de la calle de Alcalá, sede de la Consejería de Cultura y Deportes, está a punto de comenzar una conferencia magistral de Calixto Bieito. La expectación es enorme y mucho público se ha quedado en la calle. Juan Mayorga es el encargado de presentar al dramaturgo: «Parece ese chico malo de la clase que dentro del libro esconde una revista porno, pero es al revés, él esconde un libro dentro de la revista». Y por fin, el maestro burgalés, hablando de sí mismo. De su infancia en los jesuitas, su formación, sus estudios en Estocolmo, Milán y París, su amistad con Bergman.

Entonces el consejero se levanta, con permiso del conferenciante. Se tiene que ir a ensayar.

Bieito asiente y le da su bendición. «¡Mucha mierda!» Pues eso.

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