Viernes, 30 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6312.
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Autores en busca de un subtítulo
José María Pou

Alguien ha deslizado por debajo de mi puerta un papel, apenas una cuartilla, con varios renglones. Era algo así como el acta de una extraña y misteriosa reunión. Por lo visto anoche, víspera de esta noche, algunos autores de teatro deseosos de colaborar con la fiesta de hoy se reunieron en lugar adecuado -quizás el Parnasillo del Teatro Español- con ánimo de encontrarle a la noche de hoy un subtítulo, puesto que título ya tiene (La Noche de los Teatros), que viniera a completar desde el mismo mundo del teatro el sentido del evento.

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En la nota se cuenta que de los varios autores reunidos fue un extranjero, Eugene O'Neill, el primero en hablar y proponer como subtítulo Largo viaje hacia la noche [...]. Habló a continuación Benavente, que propuso La noche del sábado. Hubo abucheos y algún que otro comentario malicioso: «Don Jacinto ya no sabe en que día vive». La noche de los cien pájaros, propuso Jaime Salom. Noche de guerra en el Museo del Prado, sugirió a gritos Rafael Alberti. La noche de la iguana, dijo con voz oscura Tennesse Williams. ¿En quién estaría pensando?

¿Y por qué no La noche de los cuchillos largos?, gritó en la penumbra una voz a la que nadie supo ponerle cara. O La noche de los asesinos, apostillo el cubano José Triana, porque hay cada actor y director... Para eso La noche toledana, dijo Lope de Vega, que acababa de llegar de su casa en las cercanías del teatro. Terció entonces un grupo de autores de la nueva hornada: Los ojos de la noche, sugirió Paloma Pedrero. O La noche dividida, que también tiene su miga. Martín Bermúdez aportó un título que era todo un lema publicitario: No faltéis esta noche. De entre los suyos Pedro Víllora escogió Noche de estreno, nada mal teniendo en cuenta que se trataba de la primera edición del evento.

¿Y por qué no Las mil y una noches, sugirió un optimista, desconocedor de lo poco que dura un caramelo a la puerta de unas elecciones? A lo que apostilló Juan Carlos Rubio con Esta noche no estoy para nadie, que tiene más de una doble lectura. Fermín Cabal se impuso por años y experiencia y dejó caer su propuesta: Esta noche, gran velada. Se desechó. Tenía algo de boxístico que podría dar ideas a más de uno. Esta noche se improvisa dijo con voz de flauta y acento italiano el maestro Pirandello. A lo que saltó un gracioso: «Por supuesto. Eso seguro. Como se nota que conoce usted bien a los españoles Don Luigi».

¡Ya lo tengo! ¡Jo, qué noche! dejó caer Scorsese (un infiltrado, sin duda). Para eso, La noche más hermosa, gritó Manolo Gutiérrez Aragón. Tímidamente pidieron permiso para hablar entonces algunos autores de generaciones anteriores medio ocultos en las sombras y en perpetua resistencia a desaparecer en la oscuridad. Abrió el fuego José María Pemán y puso su título sobre la mesa: Noche de Levante en calma. Y siguiendo con las sugerencias meteorológicas fue Calvo Sotelo quien dejó caer el suyo: Una noche de lluvia. «No me sean pájaros de mal agüero; ni viento ni lluvia: Esta noche, tampoco -dijo Pepe López Rubio-» ; y añadió resignado: «Tampoco van a acordarse de nosotros».

En ese momento se levantó majestuoso, imponente, avasallador el gran William Shakespeare y dijo en arrogante español: «Yo puedo ofrecer dos títulos por el precio de uno. El primero: Noche de Reyes. Se sopesó la oferta y se desechó enseguida: «No. No, porque lo más seguro es que no puedan acudir; casi siempre tienen otras prioridades». Mister Shakespeare aportó solemne el segundo título: El sueño de una noche de verano. Hubo carcajadas y algún comentario incisivo: «Anda con los extranjeros. O'Neill no acierta con las horas y éste se pasa de estaciones».

De pronto se produjo el silencio. Desde una esquina remota avanzaba hacia el centro de la estancia con paso lento pero seguro una figura diminuta, de aspecto entre huraño, tímido y escéptico. Miró a todos con una cierta condescendencia y dijo: «¿Madrid? ¿Mi ciudad? ¿Ultimos días de marzo? ¿La noche entera de farra?... ¡Clarísimo! Una noche de primavera sin sueño. Aquí les dejó mi tarjeta. Enrique Jardiel Poncela. Llámenme cuando quieran títulos brillantes». Y salió por la puerta con aire de ganador dejando a la concurrencia enmudecida.

Extracto del pregón que leyó ayer José María Pou en la sede de la RESAD.

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