FELIPE SAHAGUN
La nueva crisis de rehenes entre Irán y el Reino Unido es más complicada que la de 2004, pero todas las partes apuestan aún por una solución diplomática. Aunque se le puede ir de las manos, desde Teherán se ve, a la vez, como una provocación, como una forma de defensa y como un golpe preventivo. A diferencia de 2004, la Guardia Revolucionaria, que detuvo a los 15 militares británicos la semana pasada en el estuario al norte del Golfo, hoy está en el poder. El presidente Mahmud Ahmadineyad es su principal valedor. Las razones jurídicas, si los detenidos estaban en aguas iraquíes o iraníes, son una simple excusa.
Está claro quién ordenó o autorizó la operación. El ayatolá Jamenei, líder máximo de Irán, amenazó el 22 de marzo, en su discurso del Año Nuevo persa, con «utilizar todos los medios contra los invasores enemigos». La acción, el pasado viernes, se calculó perfectamente en el tiempo como respuesta anticipada a la nueva resolución de sanciones contra Irán que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó pocas horas más tarde.
Teherán conocía de antemano el resultado y el contenido de la votación, y decidió pasar a la acción. De paso, respondía a la detención en enero en la localidad iraquí de Erbil de cinco iraníes -guardias revolucionarios para Washington, simples diplomáticos para el Gobierno de la República Islámica- por fuerzas estadounidenses.
Teherán ha elegido cuidadosamente su objetivo. De haber secuestrado a soldados estadounidenses, la respuesta militar hubiera sido casi segura, con grave riesgo de escalada contra sus instalaciones nucleares. Eligió objetivos británicos para intentar intercambiarlos por sus rehenes en Irak, que siguen presos de EEUU, porque saben que el riesgo de escalada militar es mucho menor. Si alguien conoce bien Persia es el Foreign Office, y está respondiendo con sumo cuidado. El primer ministro británico, Tony Blair, amenazó el martes con pasar a «una nueva fase» si los 15 soldados no son puestos en libertad rápidamente, pero, por ahora, se ha limitado a suspender las relaciones comerciales, muy escasas, y mantener abiertas las políticas y las diplomáticas.
Con su acción, los dirigentes iraníes expresan su profundo malestar por las nuevas sanciones internacionales e intentan presionar a Washington vía Londres, para que ponga en libertad a sus diplomáticos. De paso, confían en frenar la estrategia de acoso y derribo por desgaste -mediante presiones sobre multinacionales y gobiernos- de EEUU.
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