ARCADI ESPADA
Hemos tenido paletadas de la habitual y relamida modestia periodística, golpes de pecho y hasta circuncisiones a propósito de la entrevista que el presidente del Gobierno concedió la otra noche al pueblo. Dos mensajes destacan. El primero, y principal, que los periodistas hemos recibido una profunda lección de los ciudadanos. El segundo, y derivado, es aún más estupendo: ¿cómo es posible, se sobresaltan, que con estas preguntas (fueron 42) los periódicos titulen al día siguiente con lo que cuesta un café?
Las dos preguntas tienen una sola respuesta. Porque lo único de interés informativo que tuvo el corro fue saber que el presidente del Gobierno bebe el café barato. De ahí el titular de los periódicos. Aunque habría que reconocer que, a falta de otras honduras, el programa informó, y bastante, sobre el pueblo. García-Abadillo señalaba ayer el «qué hay de lo mío», como estrategia fundamental del pueblo periodista. Pero no debe olvidarse el casi bravucón «eso sería en los tiempos de Pachi», o quizá fuera en los de Patxi, ejemplo paradigmático de adónde lleva la autogestión del carácter, la disminución de la imprescindible distancia que debe separar a gobernantes y gobernados, todo ello facilitado, desde luego, por el tuteo unidireccional y aristocrático que impuso el presidente, para el que el trato de usted, ha dicho, «es cosa de franceses».
La pregunta del café ha sido alabada por algún comentarista para exponer también cómo sólo el pueblo puede hacer este tipo de preguntas. Pero el pueblo Pachi, en ésta como en la inmensa mayoría de preguntas, sólo hace que imitar los usos de los periodistas. Porque la invención de la tradición, al menos europea, de las preguntas castizas corresponde a una periodista llamada Françoise Giroud, que en 1980, y como directora de L'Express, le preguntó a Valéry Giscard d'Estaing cuánto valía un billete de metro, obteniendo de éste la preciosa respuesta del desprecio.
De Giroud a Pachi la pregunta ha seguido un camino similar al de expresiones tipo «las perlas de tu boca». El primero fue un genio. Pero lo peor no es la erosión de las metáforas. Lo peor es ver a los ciudadanos haciendo de pueblo, en una tesitura similar a la de las risas enlatadas haciendo de risas. Y el inenarrable espectáculo de los periodistas cediendo el paso, aduladores (mira tú, el pueblo qué majo), pero cobrando.
(Coda:«La directora de L'Express fue aplaudida por su insolente pregunta a Giscard -se quedó seco- sobre el precio del billete de metro. Por el contrario Mitterrand no se cortó cuando ella le pidió, sobre la marcha, el presupuesto de la Seguridad Social. Y con razón, confesó recientemente, porque no en vano ella le había hecho pasar, justo un momento antes, un papelito con la respuesta». L'Express, enero de 2003.)
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