RAUL DEL POZO
No hubo ninguna hazaña histórica sin vascos. Me parece que hay dos clases de euskaldunes: los atados a Dios y a las leyes viejas, y aquellos otros que fueron aventureros sin confines. Unos se quedaron jugando a la pelota, ordeñando vacas, partiendo leños y bailando al son del tamboril en las faldas de los Pirineos. Dieron buenos pelotaris y buenos terroristas, verdaderas figuras en el arte de dar tiros en la nunca. Otros fueron piratas -un respeto-, cronistas de Indias, capitanes del rey, notarios, balleneros, embajadores, secretarios, ingenieros y avanzada conciencia de España en la Reconquista y en la aventura equinoccial. El PNV soñó un País Vasco sacristanero, arcaico, carlistón, xenófobo, tradicional, foral. El PNV, al final, después de su coqueteo con Hitler y con el Vaticano, fue madrasa y placenta de ETA.
Aquel otro País Vasco, universal, de balleneros y buscadores del árbol de la vida, de vascos cosmopolitas y liberales, piratas y librepensadores, dio al mundo grandes navegantes en la ficción y en los cuadernos de bitácora: Elcano, Urdaneta, Churruca, Avinareta, Zalacaín, Legazpi.
Legazpi nació en una casa torre de Zumárraga (Guipúzcoa). Siendo rey Felipe II, encabezó la expedición al Pacífico, dio nombre a Filipinas y fundó Manila; como conquistador, practicó la persuasión y la retórica, mezcló su RH negativo con las reinas nativas. Dijo Baroja: «Representa la prudencia y la diplomacia de los vascos». Quinientos años después, nació en la misma localidad otro vasco que ha cambiado la sintonía del nacionalismo, lo ha mostrado laico, posmoderno, contra los «hijos de puta de la boina», como los retrató Baroja. Josu Jon Imaz, de Zumárraga, ha sido eurodiputado, tiene la suerte de no pertenecer a esa burguesía del michelín, de corte mil rayas británico y telar jesuítico; conoce el mundo de las moléculas, los polímeros y su unión con los monómeros, y sabe que las hormonas son apolíticas. Ha desplazado del aparato a los fundamentalistas, esos últimos y verdaderos españoles. Un buen tipo, demócrata, harto de la jerga del partido de las patadas en los cojones.
Hay mucha variedad de sabandijas racionales en esta arca de España, como se dice en El diablo cojuelo, pero Imaz piensa que para llegar a ser Bélgica no eran necesarias tantas muertes; busca un nacionalismo sin sectarios, dogmáticos, violentos o fanáticos religiosos. Tiene buena sintonía con Zapatero y parecía que se estaba urdiendo un proceso de paz. Pero volvemos al fanatismo y al testiculamen cada año, como los San Fermines.
Siempre hemos pensado que la solución de ETA pasa por el PNV; ahora pasa por Imaz. Tengo confianza en este demócrata, en estas horas de alerta máxima, cuando los que guardan las llaves de Santa Bárbara se han enfundado los antifaces y se disponen a volarnos la Semana Santa, a convertir los pañales en mortajas. Espero que el de Zumárraga, como su paisano Legazpi, trabaje con prudencia y diplomacia, frente al túmulo y la ensoñación de los patriotas de lo pequeño.
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