Sábado, 31 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6313.
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Javier Quiñones convierte la vida de Max Aub en un «retrato cubista» que mezcla realidad y ficción
LAURA FERNANDEZ

BARCELONA.- Las biografías son frías, según Javier Quiñones, escritor y profesor de instituto que se ha atrevido a novelar la vida de Max Aub, el francés que quiso ser español y que acabó siendo mexicano. «La novela otorga al personaje una mayor profundidad humana. Es un territorio más libre que el de la biografía», dice Quiñones, que en ningún momento se planteó escribir una biografía en serio. «Podría haberlo hecho, pero me considero novelista y me salió así desde el principio», dice. Pero, ¿cuándo empezó todo? Hace unos cuatro años.

Max Aub, novela (Edhasa), libro que, desde el título, es un guiño literario a la especie de retrato generacional que Aub estaba escribiendo sobre la generación que encabezaba Buñuel (y que iba a llamarse Luis Buñuel, novela), empezó a fraguarse en el volumen de aforismos que reunió Quiñones. «Almacené mucha información sobre Aub y de repente me encontré escribiendo. Fue entregar el volumen de aforismos y ponerme a escribir esta novela», cuenta.

Y la novela empieza con un tímido y miope jovencito recién instalado en Valencia. Aub tiene 11 años y todavía no sabe hablar castellano.No tardará en aprenderlo y una década después ya es oficialmente español (se nacionaliza poco después de cumplir los 20). Su obra literaria ya se está gestando para entonces. Aub decide no ir a la universidad y convertirse en viajante de comercio (bisutería fina para caballeros) y viajar con su padre por toda España.Por entonces empieza a publicar en revistas y acaba pagándose sus primeros libros de su propio bolsillo. Más tarde conocería a Buñuel, André Malraux, José Renau, Antonio Machado y Rafael Alberti, viajaría a la URSS, se casaría con Perpetua Barjau y se afiliaría al PSOE (partido que nunca abandonó). En 1942 se exilia a México (su familia había huido de la I Guerra Mundial, exiliándose en España), donde murió en 1972. Regresó a España en un par de ocasiones y lo que vio no le gustó. «Dejó la Guerra Civil y se encontró con una película de Alfredo Landa. El sueño de libertad se había convertido en un bañador de dos piezas», dice Quiñones.

«El exilio interior le acompañó toda la vida», añade el escritor que construye en la novela una suerte de retrato generacional, el de la del 27, «que permite ver el desarrollo desde una deshumanización, pasando por un compromiso político hasta llegar a la derrota o el acomodo a las circunstancias», según su autor. «El drama de las dos Españas y la Europa totalitaria y democrática también se pasean por el libro», agrega Javier.

La novela está construida de tal manera que no se sabe dónde empieza la ficción y dónde acaba el relato real. «Por ejemplo, he inventado una entrevista que le hacen dos chicas judías cuando visita Jerusalén. Aub se acababa de llevar una gran decepción.Jerusalén no era lo que pensaba. Bueno, pues esa entrevista es inventada pero es verosímil y ya son muchos los que me han preguntado dónde la he encontrado, porque creen que es real», cuenta Quiñones.La mimetización del estilo de la novela con el que el propio Aub imprimió a Jusep Torres Campalans (la supuesta biografía de un pintor que nunca existió pero del que incluso se expusieron cuadros que en realidad eran de Dalí), es la responsable del equívoco. Quiñones hasta ha intentado «pensar» como Aub.

A menudo, los capítulos se cierran con una entrevista postúma que no es más que el autor tratando de ponerse en la piel del personaje cuya vida está reconstruyendo a través de la ficción.Y en ella, Aub habla de sus filias y fobias, que parten de su disgusto ante la posteridad. «Siempre se lamentó de ser un escritor sin lectores. Decía que le alababan sin haberle leído. Era curioso porque se pagaba las ediciones él mismo, pero sin embargo era muy reconocido. Se consideraba casi un escritor póstumo y eso no le gustaba nada», dice Quiñones.

Camilo José Cela, que leyó de casualidad una de sus ediciones artesanales de La calle de Valverde (de la que hizo 200 ejemplares antes de exiliarse a México) y siempre lo reivindicó, considerándolo un escritor «químicamente puro», al que, dicen, le hubiera gustado leer el retrato «cubista» de Quiñones.

«Sí, podría decirse que es como si rompiera su imagen en mil pedazos y tratara de reconstruirla», asegura el autor que, por el momento, se alejará del mundo Aub, aunque su carrera como escritor está ligada a él irremediablemente: se dio a conocer con un relato que obtuvo el Premio Internacional Max Aub.

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