El combinado de sincronizada, ahora en todas las portadas, llegó al Campeonato del Mundo tras maratonianas sesiones de entrenamiento, con picos de hasta 11 horas al día. Planes de nutrición, sistemas de perfeccionamiento en vídeo, milimétricas coreografías... Programas exactos para llegar en el estado de forma correcto a la competición. Y todo pendiente de la meteorología. ¿Por qué? Porque su piscina de entrenamiento está al aire libre, ya que el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Sant Cugat no cuenta todavía con una instalación cubierta apropiada. La están construyendo, pero todo lo conseguido hasta el momento se ha forjado a la intemperie. Si llueve, toca improvisar. «Suerte que este invierno ha sido muy cálido en Barcelona», dice Anna Tarrés, la entrenadora del equipo nacional. En pleno mes de enero, dentro del agua climatizada, las nadadoras se ejercitan sin apreciar la sensación térmica externa. El problema viene al salir. «Eso es lo peor, hay que coger la toalla corriendo y huir al vestuario», cuenta Paola Tirados, la pareja de Gemma Mengual en el dúo que ganó dos platas en Melbourne, donde también sufrieron. «Allí era increíble lo fría que estaba el agua, se te congelaban los pies», contaba ayer desde Gran Canaria, donde se ha retirado a aprovechar las dos semanas de vacaciones concedidas por la severa Tarrés.

Sin embargo, ellas no se quejan. Sacan partido al hecho de entrenarse al sol o bajo una copiosa nevada. «Llevamos así mucho tiempo y le hemos cogido gusto. Estamos más morenitas y podemos mirar las montañas desde el agua», explica Tirados. La piscina exterior del CAR tiene los 50 metros reglamentarios, pero no los tres de profundidad imprescindibles en la sincronizada. A veces hacen figuras pisando el suelo, situación prohibida por los jueces. Para buscar profundidad tienen que ir a otras instalaciones o a la piscina cubierta del CAR, que sólo mide 25 metros. El Consejo Superior de Deportes les ofreció tiempo atrás la impecable instalación que gestiona en Madrid, junto a la Residencia Blume, pero Tarrés y sus chicas prefirieron continuar en Barcelona, ciudad de origen de la mayoría de las integrantes de la selección, aunque fuera a cielo abierto.

«Anna, tenéis al Consejo para lo que queráis, por favor, pide lo que necesitas para preparar los Juegos». La oferta es de Jaime Lissavetzky, el secretario de Estado para el Deporte, y acaba de realizársela a la seleccionadora. En una futura reunión, ésta llevará su lista de la compra. Todo lo que cree indispensable para mantener o subir el nivel de triunfos. Los dirigentes del deporte sonríen echando cálculos sobre el botín de medallas que las chicas de la sincro pueden conseguir en Pekín. En los Juegos de Atenas, la delegación logró 19, sin que la sincronizada aportara ninguna. Si en la piscina el próximo año Mengual y sus compañeras suman, el récord absoluto de 22 metales firmado en Barcelona 92 podría superarse.

Pero la seleccionadora mide sus reclamaciones. Cree que el ADO, que otorga a las nadadoras becas desde 50.500 euros a 9.000, cuida a la suyas. Tampoco quiere polemizar con una Federación de Natación proclive al cisma en los últimos años. Sólo desea seguir trabajando y tener mayor capacidad de gestión: «Me gustaría disponer de carta blanca para mejorar, y cuando tenga una idea, poder llevarla a cabo». Para preparar la coreografía inspirada en Africa con la que han brillado en el Mundial, Tarrés tuvo que contratar bailarines senegaleses. Gasto extra que no entraba en el presupuesto. Consiguieron la financiación gracias a exhibiciones privadas en inauguraciones de hoteles o fiestas populares. Su único patrocinador es ASISA, cuyo contrato finaliza el próximo mes de septiembre. Este mecenas lo consiguió la Federación de Natación tras contratar los servicios de la agencia Carat. Ahora, esperan que el impacto de las medallas se concrete en dinero.

Tarrés es la precursora, primero, del Centro de Tecnificación que la Federación catalana inauguró en 1992, y después de la concentración permanente de la selección en el CAR iniciada en 1999. Las 30 medallas ganadas son la consecuencia.

La época dorada actual representa la cima de un proceso lento de implantación de la sincronizada. Un nombre clave en la historia de este deporte en España es el de César Villegas, presidente del Club Kallipolis, que en 1958 comenzó en Barcelona con un grupo de intrépidas que querían imitar los bailes acuáticos de las películas de Esther Williams. Un tiempo difícil, también sin ayudas. «La Federación no veía con buenos ojos la sincronizada porque decía que era excesivamente femenina», recuerda Villegas. En los años 60 y 70, el Kallipolis, siempre sin piscina propia -como ahora- suplicaba por unos metros de agua. «Nos dieron muchos pelotazos los chicos del waterpolo, con los que compartíamos pileta», cuenta el presidente. Allí creció María José Bilbao, la primera campeona de España y actual jueza internacional, y después Anna Tarrés, que aprendió a nadar con Villegas. Las pesetas se conseguían con golpes de ingenio. Recorrían los pueblos para animar los festejos, limpiaban los fondos de las piscinas o acompañaban cenas de lujo con sus piruetas. «Ibamos con un tocadiscos. Más de una vez se estropeó y teníamos que cantar o dar palmas para hacer la música», relata.

En 1987 apareció en el Kallipolis de la mano de su prima, una pequeña inquieta llamada Gemma. «La Mengual fue buena desde el principio. Una privilegiada», dice Villegas. Ahora, siete de las 11 nadadoras de la selección española vienen del Kallipolis. «Pero no hemos tenido ni una carta de felicitación de ninguna institución pública. Es una vergüenza», lamenta Villegas.

El club entrena en estos momentos en Can Caralleu, aunque hasta hace poco tenían que cambiar cuatro veces de piscina en la misma semana. Las infraestructuras siguen siendo escasas y es complicado encauzar el boom. El Kallipolis, con 700 chicas, tiene lista de espera. Mientras llegan las ayudas, se financia exclusivamente con las inscripciones de las socias. Amantes de la sincro de todas las edades, desde los tres años hasta veteranas animosas. «Tenemos un equipo con mujeres entre los 55 y los 70 años, algunas de ellas abuelas de las nuevas generaciones, de las Menguales del futuro».