DAVID ESPINAR
Hace casi dos semanas, Ronaldo y Zidane volvieron a enfrentarse en un encuentro de fútbol, apadrinado por el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas. Al evento, celebrado en Marsella, acudieron más de 30 jugadores, invitados por los anfitriones y que cumplían la nada desdeñable condición de ser amigos de los referidos, a juzgar por la denominación de origen del acto: los amigos de Ronaldo frente a los amigos de Zidane. Si en el fútbol profesional actual lo extraordinario sería reunir semejante elenco de estrellas con el único objetivo de ayudar a erradicar la pobreza, no fue menos relevante el regreso de Zinedine Zidane al deporte de alto nivel tras su retirada. El francés demostró que es el jubilado que cualquiera soñaría ser, dado que su actuación no desmereció a las ofrecidas durante su etapa de contribuyente a la sanidad pública. Disidente confeso de la notoriedad, Zizou hizo lo posible para pasar desapercibido en una jornada que precisamente estaba destinada a todo lo contrario. Tuvo que atender a algunos medios de comunicación, actividad a la que se manifestó alérgico en su día pese a mantener la compostura en todo momento, quizás ayudado por un hiperactivo Ronaldo, que compartió las entrevistas con él y que se crece en los actos de carácter humanitario.
Amigos. Recién nombrado embajador de buena voluntad, se ofreció al brasileño la oportunidad de elegir a un personaje para compartir esta tarea. Sin apenas conocerle, Ronaldo escogió a Zidane, en lo que fue el inicio de una consistente amistad. La rueda del fútbol, la inquina de Héctor Cúper y la hábil mano de Florentino Pérez reunieron a estos dos personajes en el mismo vestuario, cosa que por cierto no pasó en Marsella, dado que la tropa de Ronaldo ejerció de visitante. Con el tiempo, ambos se convirtieron en buenos amigos y compartieron tantos eventos como confidencias, además de su concurso en los partidos del Real Madrid. En una de esas conversaciones, analizaron la situación del fútbol actual. Zidane ya había comentado a Ronaldo su decisión de abandonar a final de temporada y éste le lanzó el reto de convertirse en una referencia para los jugadores, necesitados de un sindicato poderoso, desvinculado de los órganos de dirección, de las federaciones, de las personas que dirigen este deporte. Zizou recibió el encargo tal que fuese una bala de plata y lo esquivó con más efectividad que distinción, utilizando para ello una mínima declaración de intenciones: su única relación con el fútbol en el futuro iba a estar relacionada con la educación de los niños, no con el activismo reivindicativo. Ya se lo había dado todo a la élite y había llegado el momento de encargarse de la base, fue su argumento. Prefería seguir teniendo a Ronaldo como amigo, en lugar de convertirse en una pareja de revolucionarios.
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