Sábado, 31 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6313.
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EL DISCURSO DE LA SEMANA
La incapacidad para decir «no lo sé»
LOURDES MARTIN SALGADO

...«¿Sabe usted cuánto vale un café en la calle? // «Sí. 80 céntimos... aproximadamente». // «Eso sería en tiempos del abuelo Pachi, hoy no» // «Depende».

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-Diálogo entre Jesús Cerdán y Zapatero en TVE (27/3/2007).

¡Qué mala suerte la de Zapatero! Estaba ilusionadísimo con su inauguración del Tengo una pregunta para usted y su entorno nos lo había glosado como el epítome televisivo de la democracia, pero al final su gozo quedó ahogado en una taza de café.

Los políticos tienen dos miedos cervales: el primero, a decir «no lo sé»; el segundo, a que parezca que han perdido el contacto con el ciudadano común. Para evitar una o ambas cosas son capaces de decir lo primero que se les viene a la cabeza: «Ochenta céntimos... aproximadamente».

Zapatero engrosa así una lista de meteduras de pata que no es corta. Entre sus predecesores más destacados está George Bush padre, a quien en la campaña para su reelección en 1992 se le acusaba de estar out of touch con el americano medio y no se le ocurrió otra cosa que pasarse por una convención de tenderos donde se maravilló de la tecnología de escáner para cobrar en los supermercados. Lástima que dicho sistema ya llevase más de una década en funcionamiento y el pequeño comentario acabase lastrando aún más su imagen. Como si lo lógico fuera pensar que quien llevaba los cuatro últimos años como presidente y los ocho anteriores como vicepresidente de los EEUU tenía entre sus tareas la de hacer la compra.

Giscard d'Estaign también tuvo su instante de torpeza cuando, en las presidenciales de 1974, la periodista Françoise Giroud le preguntó por el precio del billete de metro y le dejó fuera de juego. Para más inri, Giroud preguntó a continuación a su adversario Mitterrand por el presupuesto de la Seguridad Social, cuantía que éste conocía a la perfección sólo porque la periodista le filtró antes la pregunta. El episodio todavía se recuerda en cada elección francesa, hasta el punto de que probablemente ningún candidato llegue de nuevo al Palacio del Elíseo sin saber cuánto cuesta el viaje en un metro que hace décadas que no toman.

Del mismo modo, si el presidente del Gobierno sabe o no cuánto cuesta una taza de café es algo absolutamente irrelevante. Lo que no resulta tan anecdótico es su incapacidad para decir que no lo sabe y para explicar de forma coherente por qué. Volvió a demostrarlo cuando un agricultor le preguntó qué iba a hacer para mejorar el cultivo de la remolacha y le respondió que si seguía con ella le iría bien; y que si lo dejaba, también.

Sin duda, el programa pasó la prueba gracias a las preguntas, algunas imprevisibles y no pocas disgustadas con la labor del Gobierno. Pero si el café ha pasado a resumir el evento es por lo decepcionantes que fueron las respuestas: las mismas que si Zapatero hubiese ofrecido un discurso o una cómoda entrevista. Su actitud fue tan encorsetada que a una pregunta sobre terrorismo, realizada por la hija de un amenazado, empezó respondiendo que la economía iba bien. Se empleó a fondo en su estilo de escuchador activo, asintiendo en silencio a cada una de las preguntas con un énfasis poco natural, tuteando a todo el personal.

Sin embargo, ese intento de empatía se desvaneció de golpe cuando el presentador le preguntó si no le dolía que una votante del PSOE le dijera que había fallado a los jóvenes. «No», respondió tajante el presidente, sin darse cuenta seguramente del desprecio que demostraba hacia todo el grupo demográfico de los desencantados representados por ella.

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