El movimiento de Sylvie Guillem posee una fluidez y una elegancia excepcionales. Dicen de ella que nació con alas. Desde luego en lo estético, sus movimientos lentos, pausados, denotan un talento y una técnica prodigiosa y, en lo mental, la bailarina francesa ha demostrado ser, a lo largo de su carrera, un espíritu libre, con ganas de probar y de hacer cosas nuevas, lejos de sus orígenes en el ballet clásico que vivió, sobre todo, en la Opera de París.
El talento de Russell Maliphant está unido a la composición poética del movimiento, de la escena. A pesar de su juventud se ha consagrado como uno de los más brillantes de su generación. El encuentro de los dos artistas alguien lo definió como «la mejor de las novelas que ha conocido el mundo de la danza desde hace mucho tiempo».
El Teatro Real presenta Push, un espectáculo de cuatro piezas creadas por Maliphant en diferentes momentos, pero que constituye en sí mismo un diálogo, una expresión de sentimientos en la que ambos se intercalan el protagonismo sobre la escena. «La gente piensa en Sylvie en términos de ballet clásico y cuando piensa en mí lo hace en términos de contemporáneo, pero en esta obra el punto de encuentro es más del mundo clásico, más que de danza, de escultura clásica».
El resto son juegos de luces, creados por Michael Hulls y música extraída de piezas de Carlos Montoya, Andy Cowton y Shirley Thompson. Precisamente el coreógrafo británico mencionaba la importancia de trabajar con gente como Hulls que ha sido bailarín en sus inicios y «entiende cómo manejar los espacios y la manera en que se mueven los cuerpos».
«La forma de trabajar de Maliphant es fantástica», comentaba Guillem, «todo el mundo va improvisando al mismo tiempo (trabajando con la coreografía, la música y la luz) y cuando llega el momento todo encaja».
En la primera de las piezas, creada en 2005, que lleva el nombre de Solo, la guitarra de Carlos Montoya le da un aire andaluz a un baile que es de los más clásicos que ha compuesto Meliphant. «Tiene una forma sencilla de trabajar. Su magia consiste en crear, con un lenguaje que todo el mundo conoce, frases que nunca hemos oído», comentaba la bailarina francesa, refiriéndose a su compañero de espectáculo. «En la función hay paz y también mucha fuerza. Los contrastes me atraen».
La bailarina, nacida en 1965, bailará esta y otra de las piezas en solitario. La última, Push, que da título al espectáculo, es un dúo que interpretarán ambos.
La reina del ballet, que ha tenido experiencias como coreógrafa, reconoce que le sigue tirando demasiado el escenario: «Ser coreógrafa implica una necesidad intrínseca de crear que yo no poseo». Aprendió en sus inicios con el mismísimo Rudolf Nureyev, y admite que esperaba no ser únicamente un instrumento en las manos de Maliphant. «Él también aprenderá algo de mí. Es un trabajo conjunto que hemos ido creando los dos, aunque él es el único coreógrafo». El inglés, por su parte, decía que hay un intercambio absoluto. «No tengo nada establecido de antemano en mi mente. La veo moverse y cambio sobre la marcha».
Push
. Cuatro únicas funciones, Esta noche, mañana, el 3 y el 4, a las 20.00 horas; domingo, a las 18.00 horas, en el Teatro Real (Plaza de Isabel, s/n).
La musa de los grandes creadores de danza actual
Dicen que es tímida hasta decir basta y que le agobian las multitudes. Salvo cuando está en el escenario, entonces Sylvie Guillem aparca sus miedos y se lanza al espacio, moldeando el aire y contraviniendo la ley de la gravedad.
Es una de las bailarinas más importantes que ha dado la danza. Comenzó su carrera vinculada a la gimnasia y cambió de aspiraciones en seguida. Dotada de un físico extraordinario, se formó en la escuela de la Opera de París, entre 1977 y 1980. Años más tarde se estrenó con Rudolf Nureyev, quien le dio un papel en Raymonda y en poco tiempo se convirtió en primera estrella de la Opera de París, en cuya escuela había estudiado.
Para ella Nureyev fue clave: «Revolucionó completamente la danza de la compañía. Trajo nuevos coreógrafos que hacían nuevas cosas y mezcló lo clásico con lo moderno, consciente de que nosotros debíamos nutrirnos de ambas disciplinas».
A partir de ahí, la artista parisina no dejó de elevarse jamás y pronto se convirtió en una musa de los mejores coreógrafos del mundo. Trabajó con William Forsythe, Maurice Béjart o John Neumeier. Por divergencias con la política de la Opera de París, que se resistía a dejarla actuar como invitada en otras compañías, acabó volando. Dejó Francia para establecerse en Londres y convertirse en la estrella invitada del Royal Ballet.
Conocedora de las mejores compañías del mundo, Guillem admitía que el ballet no ha cambiado demasiado en los últimos años. «Los más importantes fueron los de la Opera de París pero para eso hace falta un talento como el de Nureyev, y como él no hay nadie ahora mismo».
Aunque no reniega de su repertorio clásico, la artista francesa parece haberse decantado en los últimos tiempos por coreografías modernas, como lo demuestra esta colaboración con Russell Maliphant, Push, que llega ahora al Teatro Real.
