Un mural no es un dibujo agrandado que se pinta a pedacitos como quien arma un rompecabezas, sino algo que fluye, que tiene vida, sustancia y animación propias». David Alfaros Siqueiros, uno de los tres grandes del muralismo mexicano del siglo XX (José Clemente Orozco y Diego Rivera son los otros dos), diría algo parecido a órale si viese la labor realizada por los alumnos del taller de pintura para pared impartido desde el lunes, en La Casa Encendida, por el artista chicano Wayne Healy. Vida, sustancia y animación es lo que rezuman no ya los telares en los que han dejado su huella los 15 participantes en el curso (gente de Bellas Artes y también ingenieros, interioristas, estudiantes de Artes Visuales), sino la propia aula de creación, madeja líquida de colores y de excelente ambiente, como ha tenido oportunidad de constatar quien firma estas líneas.

En ese sentido, el buey Wayne, castellano chingón y sonrisa fácil, ha ejercido más de colega que de tutor. Graduado en Cincinnati como ingeniero aeroespacial, destacado interventor en el rico tejido visual de Los Angeles, ha repartido claves y ha dejado hacer a sus pupilos, llegados de toda España y algunos nacidos en México, Argentina... Las piezas de este embajador mestizo, reconocibles tanto en la calle como en aeropuertos, estaciones, centros cívicos y edificios gubernamentales en LA, capital mundial del muralismo, combinan la temática épica y la costumbrista (vírgenes de Guadalupe jugando al baloncesto y pachucos tomando el fresco, junto a otros temas de interés social como la emigración y la amenaza nuclear, por ejemplo). En Madrid, poco o nada en común con la capital mundial del muralismo (donde, por cierto, está prohibido manchar estas obras con graffiti), ha guiado un trabajo colectivo de claro acento cultural. Danza, música en vivo, cine, planteamiento urbano y literatura son algunos de los temas propuestos a los inscritos, que podrán colgar sus creaciones en Matadero Madrid desde el próximo mes de junio hasta 2009 (la iniciativa se enmarca en la agenda de actividades paralelas de la muestra Pintores de Aztlán y el programa Chicanos en La Casa). «Para mí es un orgullo formar parte de este proyecto», dice Wayne, quien ha llegado a dar clase en la universidad e incluso a presos. «Y eso que se trata de una experiencia breve. Con más tiempo hubiéramos estudiado el sitio, mediado, anotado el color, observado su interacción con el entorno...», añade.

En varias etapas se dividió el plan de acción: ejecución de los dibujos, preparación de las planchas (medición, corte, base de acetato de polivinilo), capa de barniz, pintura (acrílica) y, por último, estampación del motivo seleccionado.

«Me atraía trabajar el gran formato aplicado al contexto urbano. Es interesante también ver lo que se hace al otro lado del charco, el contacto con la técnica... Y desinhibirte», comenta Oscar. «A mí me ha interesado desarrollar un proyecto largo y hacerlo entre varias personas. Y trabajar con este señor, que controla muchísimo», explica Yolanda. «¿Lo mejor? Ver que somos capaces de trabajar en grupo, aunque me hubiera gustado actuar directamente sobre un muro», concluye Eduard.

Pintores del Aztlán.

Hasta el 3 de junio, en La Casa Encendida (R. de Valencia, 2)