Sábado, 31 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6313.
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La mala vida / / La actriz americana dejó en el aire una frase lúcida: «Ser bella sin más está pasado de moda» / Isabel Sartorius me cae bien porque admiro a las mujeres que hablan bien de sus amores pasados
Halle Berry y otros cuerpos gloriosos
ANGEL ANTONIO HERRERA

MARTES, 27

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Bibiana Fernández. Otra vez Bibiana Fernández. Nos vemos entre platós y copas, de madrugada. Bibiana no cabe en los aviones y casi tampoco en los platós, porque usa el adjetivo y la subordinada, que son rarezas poco comunes en el género. Antes de conquistar Madrid, Bibiana fue vedette del pecado en la Barcelona más canalla. Allí tuvo trono su cuerpo glorioso, y allí los nocturnos pedían otro whisky preguntándose si era el suyo el sexo de los ángeles, o de los arcángeles, que no suelen tener sexo. Luego se vino a Madrid, y fue musa de los confusos, y bandera de los ambiguos. En los cócteles queda como una Venus equívoca, que enamora a todos los sexos, y en las televisiones queda como un bello animal mitológico, que mueve mucho las manos por entre el escote y que habla con garganta de barítono. Entre unas cosas y las otras, pegó el estirón de mujerón total y militó en las alegres y revueltas filas de las chicas Almodóvar. Bibiana ha sido la pasión de los poetas, que aman siempre lo raro, y la novia imposible de los modernos, que prefieren las emociones fuertes. Eligió un día el matrimonio, y casó con un Apolo de La Habana, Asdrúbal, del que acabó siendo amiga. Siempre es un alivio para un corazón en zozobra como el suyo. Ha bebido el placer como sólo lo hacen los audaces, y nos cuenta en las fiestas y en otros sitios los secretos de la convivencia con la ilusión de una adolescente o el escepticismo del filósofo, según le va la película. Sabe tanto de emociones como sabe de fútbol, y podría escribir, si se pone, unas memorias sobre el lado salvaje de la vida que, a menudo, va por dentro. Con novio o sin novio, casada o no casada, Bibi o Bibiana, yo siempre la he visto como esas mujeres cubanas que se pasan las tardes enteras asomadas al balcón, sin más compañía que la espera. Y a lo mejor a Bibi le pasa a menudo lo mismo.

MIÉRCOLES, 28

Viene Halle Berry, diabla de ron negro, y deja en el aire una frase lúcida. «Ser bella sin más está pasado de moda». Ya no hace falta distinguir que no se cumple en ella el tópico de la guapa tonta. Al contrario, la lista nos salió una pantera de spot. Tengo currículo en lo de aguantar el tipo ante las guapazas históricas o mitológicas, nacionales o no, pero he de reconocer que Halle es una trampa de hermosura y como que te quita un poco o un mucho la respiración. Jamás he visto tanto alboroto y tanto alborozo entre el coro de fotógrafos, que suelen pirarse a los dos flashazos. No la supera ni Jennifer López, con la que alterné hace noches, porque Jennifer es bella, pero como ella hay muchas. Halle ha competido sin competir, en la semana, con Elsa Pataky, que es la chica bombón del momento, y la presencia de las dos me sirve para improvisar una teoría de la morena y la rubia, que vendría a ser, en su extremo, una teoría de la mujer fálica frente a la que no lo es. Llamamos fálica a la hembra en pie, fáctica, o sea, aquella que se conduce con conducta morena. Alfred Hitchcock dijo algo que nos ilustra: «No soporto a las morenas. Se les nota el sexo en la cara». Hitchcock reinsistía, así, en su preferencia por la mujer rubia, glaciar de conductas e insultante de frialdades. Berry nunca hubiera trabajado con Hitchcock. Hitchcock, más que por un modelo de hembra, se decanta por una conducta femenina: lo rubio. Porque lo rubio es más alma que cuerpo, más idea que acción, más misterio que bulto, más demora que golpe. O sea, Elsa Pataky. Baudelaire, que amaría a Berry, abunda en lo mismo cuando escribe, que «lo moreno es más impúdico y más desnudo. Más pecado». Y mucho se cuida el poeta de decir que la morena, porque seguro que ya él se refiere a modos de comportarse -o de no comportarse, según- y no a más o menos sutiles formalidades físicas. Lo moreno, sí, es más pecado; lo moreno, contra las palideces nórdicas (y hay muchas nórdicas del sur), resulta devorante, pecador e incluso procaz. Lo moreno es más fálico. Halle Berry es fálica. Pataky no, por mucho helado que se coma ante la afición.

Hitchcock se maneja en el suspense y el suspense lo corporiza la rubia. El suspense es rubio. El suspense es una rubia. Halle Berry es proa de una estirpe de morenía cuyos erotismos y exotismos podríamos cifrar en la latina según los cánones, o sea, abundante de escote, luciente de muslos y desatada de palabras. Emparenta con Sofía Loren, y con Silvana Mangano, y con Tina Turner o Grace Jones, hasta llegar a la vamp. La vamp, en el cine, se inaugura con Theda Bara, allá por los albores del siglo, y luego no recordamos a las vampirizadoras sino siempre morenas, de Cleopatra a Carmen. Ya que no hemos podido decirle estas cosas de cerca a la propia Halle, aquí lo ponemos.

JUEVES, 29

Aparece en los quioscos de la Gran Vía Isabel Sartorius, que empieza nueva vida de delgada desde una portada. No estamos en navidades pero este reportaje bien pudiera llevar un titular de esas fechas. «Año nuevo, vida nueva». El año, en cualquier caso, empieza siempre mañana, e Isabel lo empieza, sí, mañana mismo, madura y bellísima. Isabel ha sido la novia imposible de un Príncipe, la madre soltera de la niña Mencía, la casi esposa de Javier Soto y la propietaria de una casa que se llevó un incendio. Una romántica cualquiera diría que Isabel tiene mucha suerte para las desdichas, pero yo creo y sospecho, acaso como la propia Isabel, que toda desdicha o contratiempo acaba siendo una suerte, porque un hombre, o una mujer, sólo crecen en la adversidad. Digámoslo de otro modo: el destino es el carácter, según la máxima clásica, aún vigente. Veo que el destino de esta mujer se abre luminoso porque su carácter se ha hecho fijo y férreo. Un día decidió pintar su casa de colores claros, que son la primavera del mundo, y alguna vez pidió al futuro la pérdida de algunos kilos, porque la obesidad no es la felicidad, por mucho que se diga. A mí Isabel me cae porque suelo admirar a las mujeres que hablan bien de sus amores pasados, como ella hace con Don Felipe, o con Javier Soto. Me gusta que no se llore porque sí, que es lo que hacen los de Gran Hermano, alguna folclórica, y Gemma Ruiz, que no es ninguna de las dos cosas, aunque a veces lo parezca. Las lágrimas son para llorar cuando valga la pena, que dice Joaquín Sabina. Sé que a Isabel, por rachas, la vida se le llenó de años, y ella siempre quiso que los años se le llenaran de vida, naturalmente. En eso está ahora. Pudo ser Letizia Ortiz, pero quizá le sobró una familia divorciada o quizá le faltaron unos telediarios, además de menos inquisidores entre la prensa del corazón, que no suele tener corazón.

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