R. A.
PARIS.-
Los planteamientos antisistema han puesto de nuevo en órbita la nave del Frente Nacional, aunque el patriarca del patriotismo tiene muy difícil repetir la hazaña de los comicios de 2002. Entonces se impuso a Lionel Jospin en la primera ronda y disputó la segunda con el respaldo de 5,5 millones de votantes.
Ahora, en cambio, la fuerza lepenista parece haberse desdibujado. En primer lugar, porque la mano dura de Nicolas Sarkozy y sus discursos identitarios han cuajado terapéuticamente en el electorado de la extrema derecha. Y, en segundo lugar, porque François Bayrou, emergente líder de los centristas (UDF), se ha adjudicado la plaza de árbitro de los comicios con unas expectativas de voto similares a las que maneja la socialista Ségolène Royal.
Los cálculos optimistas de Le Pen se justificarían en la cierta moderación de su campaña electoral. Es verdad que el líder del Frente arrea contra la extranjería y el euro, pero ha matizado la xenofobia, ha logrado adeptos en las barriadas marginales y ha utilizado el rostro y el cuerpo de una francesa mestiza como reclamo de uno de sus carteles electorales más llamativos.
Es la apariencia de un cambio que se reconoce difícilmente en el fondo, aunque la hija del patriarca, Marine, hablaba ayer en París de un proceso evolutivo: «Ha habido un cambio, una maduración. El presidente de Francia tiene que representar, al menos, al 50% de los compatriotas. Por eso el discurso de Le Pen ha aumentado sus adeptos. Estamos seguros».
El testimonio de Marine reviste interés porque la hija del líder del Frente Nacional podría convertirse en la heredera natural del proyecto patriótico.
Esta cuestión sucesoria se explica por la influencia que ella misma ha tenido en la campaña electoral de 2007 a favor de una línea menos agresiva y discriminatoria.
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