DAVID SEATON
Frente al pesimismo de los euroescépticos, el aniversario de la UE en Berlín ha celebrado cinco décadas de extraordinarios logros que han convertido a Europa en referencia mundial
En el 50º cumpleaños de la Unión Europea es posible hacer una afirmación que muy pocos discutirán: Europa es hoy un lugar muy agradable para vivir, quizás el lugar más agradable para vivir en la Historia de la Humanidad. Si se tienen en cuenta las dos guerras mundiales que se originaron en Europa, con sus millones y millones de víctimas, el Holocausto del pueblo judío y la pobreza e injusticia que provocaron que generaciones de europeos emigraran a América y a otras partes del mundo, se trata de un logro extraordinario en sólo 50 años: del infierno al lugar más agradable para vivir en la Historia de la Humanidad.
Un gurú veterano de la política internacional y expatriado, el americano en París William Pfaff, lo expresa a su manera: «En poco más de 50 años», dice, «Europa ha transformado un territorio político asolado por una guerra genocida, políticas totalitarias, torturas, policías secretas y una generación destrozada en una zona de cooperación pacífica, rechazo de la guerra, progreso político y económico, avance social y altruismo institucional sin precedentes en la historia del sistema de naciones Estado».
Meramente por una afortunada coincidencia, este 50º aniversario se ha celebrado en Berlín. Ahora bien, ¿podría haber habido algo más simbólico? En su condición de canciller alemana, Angela Merkel ha dicho, según cita el Financial Times: «¿Qué otra ciudad podría representar mejor las guerras y fracturas del pasado, cuyo resurgimiento ha impedido la UE en su éxito más notable desde el punto de vista histórico?».
El comentario del Financial Times proseguía asegurando que «la II Guerra Mundial se propagó desde la capital alemana en los años 30. Cuando cayó el Muro de Berlín, hace casi 18 años, la ciudad volvió a alzarse otra vez como símbolo de la reunificación del territorio europeo y de la abolición de las fronteras antinaturales». El euroescepticismo no ha comenzado con los gemelos polacos; siempre ha habido pesimistas sobre el futuro de la Unión. Angela Merkel bromeó con Tony Blair a propósito de una cita de Russell Bretherton, el diplomático británico que describió así a sus jefes los preparativos del Tratado de Roma: «El tratado no tiene ni la más mínima posibilidad de ser firmado; aun el caso de que lo firmaran, nunca será ratificado; aun en el caso de que lo ratificaran, nunca será llevado a la práctica».
John Palmer, miembro del consejo de gobierno del European Policy Centre, un gabinete de estudios británico, ha escrito en The Guardian que «los euroescépticos profesionales harían bien en observar lo que está ocurriendo en otros lugares del mundo. Desde América Latina hasta el este y sur de Asia y Africa, los países se están juntando entre sí para formar nuevas comunidades internacionales. No es casualidad que todos ellos adopten la Unión Europea y su sistema de gobierno supranacional como referencia de su propio desarrollo en el futuro». Es extraordinario cómo tanta gente puede encontrar aburrido y lejano algo tan maravilloso. Se acostumbra uno pronto a una prosperidad tan extendida y una paz tan profunda, supongo.
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