LUCIA MÉNDEZ
Un profesor de Economía de la Universidad de Berkeley (California), Terrance Odean, descubrió mediante varios experimentos que los abogados, los ingenieros, los empresarios y los banqueros de inversiones viven conven-cidos de que saben más de lo que saben. La conclusión del estudio es que hay que desmitificar la sabiduría de los expertos, sobre todo cuando se trata de predecir comportamientos sociales o políticos.
El profesor piensa que la multitud, en las sociedades democráticas, demuestra saber más que los expertos cuando es consultada. Los expertos en comunicación, sociología y política que el martes 27 por la noche siguieron en TVE las evoluciones de Zapatero en el programa Tengo una pregunta para usted creyeron que había sido un tostón. Cuando Lorenzo Milá despidió, el diagnóstico de los expertos era, más o menos, el siguiente. Programa aburrido. Gente normal sin asesor de imagen preguntó al presidente sobre problemas personales sin interés para la mayoría. Zapatero abusó de los monólogos. Dos horas es una barbaridad para un formato ramplón y un escenario tan simple. Y sin famosos. La conclusión de los expertos era clara: la audiencia se habrá ido a Los Serrano o House al cuarto de hora.
Los expertos se equivocaron. Zapatero y las personas normales tuvieron más audiencia que muchos partidos de fútbol e infinitamente más que los debates de políticos, periodistas o frikies de la tertulia. Ahí sí que nos duele. En nuestro corazoncito de expertos. Creemos saber mucho de los políticos, usamos su mismo lenguaje, pero nunca les hacemos preguntas tan claras. ¿Cuánto vale un café? ¿Por qué no hay juzgados con sensibilidad para tratar a los niños maltratados? Señor presidente, ¿habla usted con Otegi?
Los expertos que rodean a Zapatero y a Mariano Rajoy hacen informes para sus jefes sobre el pulso de la España real. Los líderes políticos adoran y pagan muy bien a sus sociólogos de cabecera porque suponen que les van a proporcionar la receta para tener más votos. Pero en esas dos horas de televisión se ahogaron los sueldos millonarios de los expertos. Ningún asesor del presidente supo prever que le iban a preguntar por el precio de un café. No hubo ni rastro de la crispación en la que chapotea la clase política, ni de la alta tensión que se respira en el hemiciclo del Congreso, ni de la lucha libre de las tertulias.
Más que de sus expertos, los líderes políticos deberían fiarse de esa multitud de ciudadanos que ocuparon las gradas del programa. Y lo que esos españoles han dicho está claro. Ni España es el paraíso pintado por Zapatero en sus estadísticas, ni mucho menos es el país roto por las costuras y al borde mismo del abismo que pintan cada día los que dirigen el PP.
Después está lo del cachondeo sobre lo que el presidente del Gobierno cree que cuesta un café. Pero eso es sólo la espuma de los medios. Porque en los pueblos y ciudades pequeñas, en efecto, vale 0,80 o menos. Claro que en el Ritz políticos y periodistas pagan hasta seis euros.
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