Sábado, 31 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6313.
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 OPINION
EL MUNDO QUE VIENE / KENNETH ROTH
«Hay que investigar a fondo la participación europea en los vuelos secretos de la CIA a Guantánamo»
PABLO PARDO

ESTE ABOGADO LLEVA LAS RIENDAS DE LA MAS IMPORTANTE ORGANIZACION EN FAVOR DE LOS DERECHOS HUMANOS DEL MUNDO. AUNQUE SON INFINITOS LOS FRENTES ABIERTOS, SUS ESFUERZOS SE CENTRAN AHORA EN EXIGIR A EEUU EL CIERRE DE LA BASE DE PRISIONEROS EN CUBA, «UNA DEBACLE LEGAL Y POLITICA»

CARGO: Director ejecutivo de Human Rights Watch / EDAD: 51 años / FORMACION: Licenciado en Derecho por la Universidad de Yale / AFICIONES: Correr / CREDO: Los Derechos Humanos como moral básica / SUEÑO: Un mundo que todavía está muy lejos, en el que el respeto a los Derechos Humanos empiece a imponerse

Esta historia comienza con un grupo de activistas dispuestos a jugarse la vida para cambiar el mundo. Pero no en Estados Unidos, sino en la Unión Soviética. Fue en mayo de 1976, cuando el físico nuclear Yuri Orlov dio una rueda de prensa en el apartamento de su colega Andrei Sajarov, en Moscú, para anunciar la creación del Grupo para Promover el Cumplimiento de los Acuerdos de Helsinki por la URSS. Mediante estos Acuerdos, firmados cinco meses antes en la capital de Finlandia, 35 países europeos -más EEUU y Canadá- aceptaban las fronteras nacidas tras la Segunda Guerra Mundial y se comprometían a garantizar una serie de libertades civiles en sus territorios. Evidentemente, la Unión Soviética estaba satisfecha con la parte del Tratado relativa a las fronteras, pero no tenía la menor intención de cumplir la referente a los Derechos Humanos.

Orlov pagó su activismo con una condena de 10 años de cárcel en un campo de concentración en Siberia. Otros miembros del Grupo tuvieron destinos similares: o sufrieron arrestos domiciliarios, o fueron ingresados en manicomios para corregir su patológica atracción por la libertad. Pero la chispa del Grupo de Helsinki había prendido. En 1978 nació una organización similar en Estados Unidos. Cuatro años después, todos los Grupos de Helsinki del mundo se federaron en una organización que en 1988 dio lugar a Human Rights Watch (HRW), una ONG estadounidense cuyo nombre suele traducirse como Observatorio de los Derechos Humanos.

Hoy HRW es, junto con Amnistía Internacional (AI), la mayor ONG dedicada a la promoción de los Derechos Humanos en el mundo. Su filosofía, sin embargo, es muy diferente. AI es una organización de masas, con dos millones de miembros, que trata de lograr sus objetivos por medio de movilizaciones masivas de la opinión pública. HRW, sin embargo, está formada por poco más de 200 personas que trabajan en 70 países recopilando información sobre violaciones de los Derechos Humanos y realizando campañas en los medios de comunicación y de lobby entre Gobiernos.

El éxito de este grupo se debe en gran medida a Kenneth Roth, el abogado que desde 1993 dirige HRW desde la planta 32 del Empire State Building, el edificio que ha vuelto a convertirse en el más alto de Nueva York después de que Al Qaeda destruyera las Torres Gemelas y asesinara a 3.000 personas hace cinco años y medio. Fue un atentado que cambió el mundo y también el respeto a los Derechos Humanos. Hoy, EEUU está en el centro de la polémica por sus actuaciones en la guerra contra el terrorismo y, en particular, por el mantenimiento de prisioneros en la base de Guantánamo, donde esta semana ha tenido lugar el primer juicio a un acusado de pertenecer a Al Qaeda. Curiosamente, en el diminuto despacho de Roth hay una taza que lleva escrito: Guantánamo. «Es un detalle irónico», explica. Tras él, una vista espectacular del sur de Manhattan, sin la presencia de las Torres Gemelas, como una metáfora de un mundo que parece haber perdido desde el 11-S algunos referentes morales.

PREGUNTA.- El lunes empezaron los juicios en Guantánamo, con la lectura de los cargos contra el preso australiano David Hicks. Sus abogados no fueron autorizados a entrar en la sala, y su consejero legal, el mayor Michael Mori -nombrado a dedo por el Pentágono-, está buscando un abogado para él mismo, porque se enfrenta hasta a una posible expulsión del Ejército por haber criticado al Gobierno de EEUU. Con esos condicionantes, ¿no es un juicio más propio de Siria o Irán que de Estados Unidos?

RESPUESTA.- Ése es el problema. La Administración de Bush debería usar los tribunales civiles de EEUU, o incluso su sistema de consejos de guerra, que, en general, ofrecen juicios justos. Sin embargo, insiste en mantener sus «comisiones militares», cuyo propósito es permitir al Gobierno introducir testimonios logrados por medio de torturas. Además, al insistir en que los sospechosos son «combatientes enemigos» y no vulgares delincuentes, la Administración le hace el juego a Al Qaeda. En los documentos desclasificados por el Pentágono queda claro que a Khalid Sheik Mohamad, que está acusado de ser el cerebro del 11-S, le gusta su etiqueta de «combatiente», hasta el punto de compararse con George Washington. Más que dignificarle con el título de «combatiente», EEUU debería simplemente llamarlo criminal. Pero eso exige darle un juicio justo.

P.- Jennifer Daskal, de HRW, ha declarado que «los estadounidenses sospechosos de terrorismo tienen el derecho de ir a tribunales estadounidenses, mientras que los extranjeros son enviados a Guantánamo».

R.- Ésa es la doble vara de medir que usa la Administración de Bush. Sabe que los tribunales de EEUU exigirán que los sospechosos estadounidenses reciban juicios justos en tribunales normales, pero espera que esos mismos tribunales cierren los ojos a lo que les pasa a los extranjeros. HRW está haciendo todo lo posible para que esa estrategia fracase. Y el resto del mundo -incluyendo al Gobierno español- debería sumarse a la protesta.

P.- Los europeos nos escandalizamos con la política de los americanos y a continuación cooperamos con ellos en la desaparición de personas en la UE y en los vuelos secretos de la CIA. Después, procesamos a los espías estadounidenses involucrados en esos actos, pero no pedimos responsabilidades a nuestros políticos.

R.- Exacto. ¿Quién autorizó las cárceles secretas que probablemente hubo en Polonia y Rumanía? ¿Quién autorizó las desapariciones de gente en Italia y Macedonia? Estoy a favor de que se persiga a los estadounidenses involucrados en esos actos, pero no es suficiente detenerse en ellos. Sabemos que esas operaciones terminaron enviando a los detenidos a países en los que se tortura. Y eso es un delito, seas europeo o no, pertenezcas al Gobierno de tu país o no.

P.- Así que los europeos, ¿deberíamos mirar más a nuestras propias violaciones de los Derechos Humanos?

R.- Estoy decepcionado por la debilidad de las investigaciones a este respecto en la UE. Bruselas no ha presionado para que Polonia confirme si tuvo o no una cárcel secreta en su territorio. Varsovia lo niega todo, pero no está colaborando con los investigadores. Es irónico que las investigaciones vayan más deprisa a escala nacional. Al menos, un magistrado italiano ha procesado a varios agentes de la CIA. Y el suizo Dick Marty, que trabaja para el Consejo de Europa, ha estado persiguiendo estos delitos, aunque carece de potestad para llamar a declarar a nadie.

P.- El ministro de Defensa español, José Antonio Alonso, ha declarado que España «no tiene nada que esconder» respecto a los vuelos secretos de la CIA que usaron el aeropuerto de Palma de Mallorca. ¿Podemos aceptar sin más esa declaración?

R.- No. La cuestión clave que permanece sin respuesta es: ¿qué le dijo la CIA al Gobierno español acerca de quién iba en esos aviones? No hay nada malo en que la CIA mueva a sus agentes en avión. Pero si en ellos hay presuntos terroristas que están siendo trasladados a través de Mallorca a lugares en los que se presume que pueden ser torturados, entonces el Gobierno español podría haber sido cómplice de torturas. Y, mientras el Ejecutivo español no aclare sin lugar a dudas lo que le dijo la CIA sobre las personas que iban a bordo de esos aviones, siempre habrá dudas.

P.- España envió a policías a Guantánamo.

R.- Y, de nuevo, la cuestión es: ¿cómo se puede justificar haber tomado parte en eso? El hecho de que los policías españoles no aplicaran ellos mismos las descargas eléctricas a los presos no cambia la naturaleza de su complicidad.

P.- En España ha habido un gran proceso judicial contra Al Qaeda en el que se condenó a cárcel a varios islamistas, como Abú Dahdadh y el periodista Taysir Alouni. ¿Cómo sabemos que los procesos han estado totalmente limpios de confesiones -o, al menos, de pistas- obtenidos en Guantánamo?

R.- Ése es precisamente el problema. Y es un problema que EEUU también afronta. Muchas confesiones han sido realizadas bajo torturas. Y eso, en teoría, es ilegal, pero las autoridades están tratando de alterar la vara de medir en el sistema judicial para aceptar esas declaraciones.

P.- ¿Cuál es el estado mental de los presos, en particular de los líderes de Al Qaeda que llevan años virtualmente desaparecidos?

R.- Ni idea. El único caso que conocemos es el de José Padilla [un estadounidense acusado de pertenecer a Al Qaeda], que nunca estuvo desaparecido, pero que ha pasado varios años incomunicado en una cárcel militar en EEUU. Sus abogados dicen que está totalmente paranoico, que es incapaz de comprender que ellos le quieren ayudar, y que está obsesionado con que en realidad son interrogadores.

P.- ¿Le ha decepcionado la pasividad de la opinión pública occidental a raíz del 11-S?

R.- Después de aquellos atentados, la gente estaba aterrada, así que le pedía al Gobierno que hiciera lo que fuera necesario para protegerla, incluyendo torturas. Pero creo que las cosas han cambiado, y mucha gente coincide con nosotros no sólo en que la tortura es moralmente inaceptable, sino que también nos hace menos seguros, porque alienta el resentimiento, precisamente en los lugares en los que necesitamos mayor cooperación de las poblaciones locales. Los profesionales en la lucha contra insurgencias y guerrillas siempre dicen que es más importante lograr el apoyo de la gente que obtener confesiones por medio de torturas. Pero la Administración de Bush no ha seguido la opinión de los expertos.

P.- A veces parece que Guantánamo es más una preocupación de los occidentales que de los musulmanes, tal vez porque los gobiernos de Oriente Medio ya tienen muchos Guantánamos.

R.- Oh, no, en absoluto. En el mundo árabe y musulmán hay una enorme identificación con las víctimas de ese campo de prisioneros. Pero Guantánamo también está teniendo un efecto positivo en Oriente Medio. Porque, efectivamente, los países de la zona tienen sus propios Guantánamos. Y, cuando estableces ese paralelismo, la gente empieza a reflexionar acerca de los sistemas policiales represivos establecidos por sus gobiernos. Es lo mismo que con el terrorismo. Cuando preguntabas en el mundo árabe a la gente qué opinaba de los atentados suicidas en Israel, te contestaban que eran necesarios. Pero, claro, ahora se están replanteando la cuestión porque, todos los días, los suicidas atentan en Irak. Y eso ha provocado un cambio de actitudes, porque la gente se ha dado cuenta de que esos asesinatos no sólo van contra los otros, sino también contra nosotros.

P.- Hablando de nosotros y los otros. El 23 de octubre de 1998, Markus Wolf, el ex responsable del servicio de inteligencia de la antigua Alemania Oriental, era la estrella de una fiesta en un restaurante de Madrid. Justo seis días antes, Pinochet había sido arrestado en Londres. Pinochet era detestado en España; Wolf no. En otras palabras: la Justicia estaba persiguiendo al dictador correcto. Ustedes también han sido acusados de perseguir a los violadores de los Derechos Humanos políticamente correctos.

R.- Ése es un gran reto para nosotros, porque nuestro trabajo es siempre promover los Derechos Humanos en todo el mundo, sin distinciones. Pero, claro, las personas tienen dobles morales, y unas víctimas de violaciones de los Derechos Humanos les preocupan más que otras. Y hay a quien, sencillamente, no le preocupan los Derechos Humanos. A veces es duro. Por ejemplo, es más difícil movilizar a la opinión pública cuando hay problemas en Africa, como estamos viendo con Darfur (Sudán). Otras veces, es la política. Desde los atentados del 11-S, por ejemplo, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU no ha criticado a Rusia por la situación en Chechenia.

P.- ¿Hasta qué punto les afectan las interferencias políticas?

R.- Nos afecta todo tipo de interferencias. Por ejemplo, somos vulnerables a la dinámica de los medios de comunicación. Los medios se centran en los países que interesan a su público. Y a muy poca gente le preocupa lo que pasa en el Norte de Uganda o en Myanmar (antigua Birmania).

P.- ¿Es verdaderamente tan fuerte el impacto moral de las condenas a países por violaciones de Derechos Humanos? ¿Asustan ustedes a las dictaduras?

R.- Absolutamente ningún país quiere que le acusen de violar los Derechos Humanos. De hecho, a veces eso genera situaciones curiosas. La condena de la Comisión de la ONU tenía tanta fuerza moral que pronto todas las dictaduras trataron de entrar en ella para poder manipularla desde dentro. Así que hubo que sustituir a ese órgano por otro más efectivo, el Consejo de Derechos Humanos. Pero éste tampoco está funcionando. En su primer año de vida sólo ha sido capaz de condenar a Israel. Y eso se debe, de nuevo, a los gobiernos. Pero vamos a ponerles presión. Por ejemplo, a Sudáfrica, que en el pasado se benefició de la solidaridad internacional en la lucha contra el apartheid, pero que ahora está votando a favor de los violadores de los Derechos Humanos. Si Sudáfrica tiene tan mala memoria, vamos a hacer que todo el mundo se entere.


«Trabajo de día, de noche y durante los fines de semana»

Puede decirse que, en su caso, la defensa de los Derechos Humanos es una cuestión familiar. Porque su padre tuvo que huir de la Alemania nazi por ser judío.

- Sí, huyó de Fránkfort en julio de 1938. Así que yo me crié en una familia en la que existía una conciencia muy grande del peligro que puede suponer la actuación del Estado en la violación de los Derechos Humanos. Ésa no era, simplemente, una cuestión abstracta.

Con esa experiencia personal, ¿qué le parece cuando escucha críticas como las que formuló en 2005 la ex ministra de Exteriores de España y actual vicepresidenta del Banco Mundial, Ana Palacio, acusando a HRW de tolerar el antisemitismo?

- Me parece un acto de desesperación por su parte. Cuando uno se queda sin argumentos sólo le queda la opción de insultar a los demás. Es, simplemente, una forma de demostrar que no quieren ver la realidad de las violaciones que Israel está cometiendo.

Usted empezó su trayectoria como fiscal.

- Sí, era fiscal en Manhattan, Bronx y Westchester, en Nueva York. Trabajaba de día como fiscal y, como no me satisfacía, por la noche me dedicaba a tareas vinculadas a los Derechos Humanos.

Ahora se dedica a esta cuestión a tiempo completo, y creo que no le queda demasiado para dormir.

- Sí. Trabajo de día, de noche y los fines de semana. Mis hijas se quejan de que trabajo demasiado. Me queda poco tiempo para mis aficiones, aunque todavía soy capaz de correr cinco millas (8,3 kilómetros), cuatro días a la semana.

Usted empezó a trabajar en el campo de los Derechos Humanos después del golpe de Estado de Polonia, en diciembre de 1981. ¿Cuál ha sido la experiencia más intensa que ha tenido en estos 25 años?

- Ha habido muchas, no puedo darle una sola. A veces, ha sido ver a presos puestos en libertad por nuestro trabajo en HRW. Otras, ver cómo nuestro grupo ha jugado un papel central en la construcción de instituciones -como el Tribunal Penal Internacional- o en la creación de tratados, como el que prohíbe las minas antipersona. Pero a menudo la satisfacción viene simplemente de poner una presión intensa sobre los gobiernos para obligarles a que respeten los Derechos Humanos. Desde mi punto de vista, virtualmente todos los gobiernos están tentados, en algún momento, de abusar de ellos. Grupos como el nuestro son necesarios para contrarrestar esa tendencia y aumentar el coste de esos abusos, de modo que los gobiernos no caigan en la tentación. Y cuando lo hacemos bien, lo encuentro inmensamente satisfactorio.


LA CUESTION

- George W. Bush no se cansa de decir que «la libertad está avanzando» en el mundo. Más allá de controversias políticas, sí existe la idea de que la situación de los Derechos Humanos a escala global es mejor que hace 10 ó 20 años.

- A mí no me gusta hablar de tendencias a escala mundial, porque creo que es una cuestión con escenarios muy diversos. Hoy las cosas están mejor en Europa central y del Este que con el comunismo, claro. Y lo mismo ha sucedido en grandes áreas de Latinoamérica. Pero, desde hace tiempo, no se ha avanzado en Oriente Medio. Y se ha producido un deterioro en Darfur (Sudán), en el este de la República Democrática del Congo y en ciertas áreas de Asia Central. Por otra parte, Afganistán y Pakistán siguen sufriendo graves violaciones de los Derechos Humanos. La situación en China ha empeorado en los dos últimos años. Estamos muy lejos de lograr que haya en todo el mundo una tendencia clara de respeto. Es una batalla continua.

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