FRANCISCO UMBRAL
Si algo vivo y vividero nos ha aportado el presidente actual del Gobierno es la fijeza y la insistencia que ha puesto el señor Zapatero en la palabra República, si bien sus afanes republicanos se han quedado cortos tanto en la resurrección de una España republicana como en las negociaciones al efecto y en la mecánica cultural nutrida en la memoria de la II República Española, que va de 1931 al 36, con el desenlace lamentable que ustedes conocen.
Pero otras fuentes nos nutren, fuentes que se llaman Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y Residencia de Estudiantes. Hay ya libros que informan con amor y pedagogía sobre la vida espontánea, popular e ilustrada de aquellos años en que nacieron hombres que todavía añoran el porvenir que tuvo nuestro país por entonces, porvenir que se presentaba tan prometedor y qué vamos a decirles de cómo remató o lo remataron. Todavía se nos dan noticias sobre la Junta para la Ampliación de Estudios, el Instituto Escuela y racimos de nombres que van de Marcelino Domingo a Antonio Machado y Pedro Salinas.
A principios de la gobernación de Zapatero, y ya anteriormente en su campaña electoral, tuvimos razones para esperar una nueva situación, republicana o no, pero digna heredera de las políticas culturales de los felices y revueltos treinta. Desgraciadamente, nos hemos quedado en la melancolía y el fracaso. Las políticas de España cuando está a punto de dejar de serlo o así, son una guerra de guerrillas que disiente de todo por todas partes y sólo tiene iniciativas técnicas o falseadas, pero difícilmente realizables en el país que hemos traído o llevado a puer- to en cayuco o en otras naves dramáticas.
Estamos perdiendo la oportunidad de inventar España y nos vamos a quedar en la rencilla rencorosa de unos contra otros. Incluso podemos hablar de nostalgia o melancolía republi- canizantes, sin hacer nada por remediar tanta memoria muerta. Y no es una cuestión historicista sino el problema fundamental de un país que está en plena reconstrucción mientras los rectores de la violencia quieren levantar, cada uno, su republicanilla inspirada pobremente por un nacionalismo de ida y vuelta.
Nos gustaría sugerir a ZP la idea de una revolución cultural que no la hagan a pedradas los mozos del lugar ni la negocien en Madrid los gerentes de la situación, o bien pasarle la pregun- ta personal, en una televisión que se dedica a eso y naturalmente es la Uno. Claro que no lo hacemos porque ya se sabe la respuesta, 80 céntimos de euro. Aquellos republicanos de antaño tomaban mucho café y Don Manuel Azaña nos cuenta que jugaban mucho al dominó. Sea como fuere, la Re- pública la trajeron entre los campeones de dominó y los azañistas del Ateneo. Algo es algo. Y menos que algo es el modelo o minimode- lo de República que van a parir los progres si insisten en su utopía ilustrada y deslustrada. A medida que pa- sa el tiempo y nos sobrevuelan las bombas caseras estos libros apasionados y memoriones se hacen más nece- sarios y más inútiles. Só- lo alimentan a la memoria, mi memoria, y ya es bas- tante.
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