El envite dominguero de Xavier Vendrell lo desviaría hábilmente CiU hacia el Parlament ante el horror del tripartito. Y allí siguió la fiesta. Desconcierto en el bando gubernamental y desconcierto también en la federación liderada por Artur Mas, vacilante entre la tentación de zarandear al presidente Montilla a base de soberanismo y la seriedad con la que se supone comprometida una fuerza como la fundada por Jordi Pujol.
Al final, CiU y ERC negociaron una posición conjunta, pero sin que se alcanzara el acuerdo. Al parecer, fue Carod-Rovira, secundado por algunos otros dirigentes, quien impidió que el pronunciamiento a favor de la autodeterminación prosperase. Lo hicieron por la vía de mantener en el texto de la resolución la censura al pacto Zapatero-Mas de enero de 2006. Ello garantizaba que los diputados de CiU no se sumarían a los republicanos. El estúpido lío acabó, pues, con Esquerra Republicana perdiendo adrede una votación que ellos mismos habían motivado.
El brindis con calçots devenía, pues, eructo parlamentario. Eso sí: tras unos días de comedia del absurdo cuyo desenlace resulta ser menos que nada. No existe ni un solo aspecto positivo que pueda salvarse del triste episodio, por lo menos a mí no se me ocurre. En cuanto a ERC, estos días han vuelto a poner de manifiesto su irrefrenable fascinación por la politiquería, por la ocurrencia táctica, amén de la escasa lealtad a sus socios -¿una crisis para esto?- y una frivolidad -sobre la que volveré más adelante- absolutamente cósmica.
También ha quedado claro que en la cima de ERC siguen conviviendo dos líderes y dos bandos. Con la salvedad de que, si con Maragall el institucional era Puigcercós, ahora que ambos están en el Ejecutivo, el que con más ardor apuntala al Govern es, quién lo iba a decir, el de Cambrils.
Por supuesto, Montilla, el PSC e Iniciativa, el resto del tripartito, tampoco han salido bien parados de la refriega. Ni CiU, que, como indicábamos, respondió bien al envite en un primer momento para luego, en el Parlament, desnortarse.
Pero lo peor no es esto. Lo peor es que la fatiga mezclada con cabreo que el ciudadano siente por la política y los políticos se alimenta, entre otros, de combustible como éste. Lo peor es que la desconfianza, el desprecio incluso, por quienes ostentan la alta responsabilidad de dirigir el país no hace más que acrecentarse.
Los republicanos, por su parte, no han tenido ningún empacho en instrumentalizar algo que para ellos debería ser completamente sagrado, como es el derecho de autodeterminación y los anhelos de independencia de Cataluña. ¿En qué cabeza cabe mofarse de lo que, en teoría, da sentido al proyecto político del que uno es un destacado representante? Que ERC haya convertido en chiste la autodeterminación y la independencia se me antoja de juzgado de guardia y una afrenta a la gente que, en consciencia y con toda honestidad, defiende democráticamente una opción legítima y respetable.
Por descontado, cabe añadir también a los estragos el daño provocado en el prestigio del catalanismo o nacionalismo catalán, amén de la devaluación de la imagen de Cataluña y de los catalanes.En definitiva: un trance lamentable que, además, se ha revelado absolutamente estéril, es decir, que no le ha servido a nadie para nada, para nada positivo, se entiende. Por supuesto, tampoco a Esquerra.