Domingo, 1 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6314.
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 CULTURA
UN DIA HISTORICO PARA EL MUSEO
La memoria como búsqueda
JOSÉ Mª FERNANDEZ-ISLA

A veces, la Historia gusta de reflejarse en piezas de arquitectura y así convertirlas en símbolos elocuentes del peso y la huella del tiempo. Sin duda, ése es el caso del Prado. Desde aquel primitivo encargo que en 1775 Carlos III realizase a Juan de Villanueva para albergar lo que debía haber sido Museo Real de Ciencias Naturales; hasta la presentación de los nuevos espacios proyectados por Moneo el Prado, es un ejemplo de cómo la arquitectura produce espacios admirables donde tienen cabida los reflejos de muy distintas épocas.

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A Moneo le gusta referirse a Paul Valéry cuando hace suya la frase «de la mayor libertad nace del mayor rigor». Su propuesta -tan admirable en tantos sentidos- para estos 22.000 metros cuadrados que se incorporan al nuevo Prado, es tan absolutamente rigurosa que la libertad nunca se permite ser considerada como alarde. Así, el proyecto surgirá de un programa estrictamente acotado que busca sus cimientos en tres hechos: la aceptación de las reglas del juego volumétrico ya construido; el ajustar a un programa complejo y cómo hacerlo compatible con las nuevas condiciones de acceso y circulación; y, finalmente, proporcionar soluciones constructivas de carácter genérico que contribuyen a ennoblecer el lado más débil de la arquitectura (nunca totalmente acabada) del edificio de Villanueva, su fachada posterior.

Seguramente lo más sorprendente resida en cómo Moneo establece la relación entre colección y la arquitectura que la asume. Porque de lo que está hablando el arquitecto (y por eso este nuevo Prado es tan rabiosamente moderno, aunque puede que a primera vista no lo parezca) es de cómo acceder a la cultura sin caer en complejos propios de una mentalidad excesivamente académica. Puede que bajo otra firma el Prado se hubiese formalizado bajo una propuesta más aparatosa; algo así como otro graffitti de diseño listo para un consumo inmediato. Pero tal como vienen las cosas hoy en día, ¿no es eso la definición de las soluciones desesperadamente canónicas?

En este nuevo Prado hay mucho de ese convencimiento tan arraigado en el territorio específico de la cultura según el cual el espacio entre las construcciones es mucho más importante que los edificios mismos. Ahí radica la grandeza del espacio urbano como resultado de las relaciones volumétricas que establecen los edificios que forman parte de él.

Es por ese respeto a lo ya construido, al entorno entendido como memoria culta, de donde surgirá la pieza crucial del proyecto: una cuña subterránea y de cubierta ajardinada que se apoya en el perímetro de la zona de instalaciones y produce el elemento clave del programa: el Espacio de Recepción. De él surgen los nuevos accesos: la Puerta de Murillo y la de los Jerónimos, mientras establece un nuevo eje perpendicular al marcado longitudinalmente por el edificio Villanueva y que, transversalmente, asume las funciones de canal distribuidor hacia las nuevas dependencias donde albergar las exposiciones temporales.

Al exterior, la cubierta de este espacio de acogida de nueva creación es la encargada de dibujar los nuevos códigos de relación con la ciudad. Aquí es donde el Prado deja bien claro que su intención va más allá de sumar una serie de edificios que resuelvan las necesidades del programa. Moneo -otra prueba de pulso creador- se compromete en la creación de un espacio urbano que relacione sus distintos elementos al provocar un juego de perspectiva forzada que se vincula con el Jardín Botánico. Por ello la cubierta, ahora entendida como calle, establece una serie de pequeños jardines de geometrías tan perdidas como humildes (un recurso, la austeridad en los espacios públicos, que en Madrid cuenta con gran tradición) y en cierta medida impregnados por una sugerente imprecisión. Y que dialogan con el volumen que Villanueva no tuvo tiempo de culminar: ese espacio basilical que surge en el eje trasero de la Puerta de Velázquez.

El interior recurre a una pequeña pendiente para comunicar los accesos norte y sur (puertas Goya y Murillo) desde donde siempre se produjo la entrada por expreso deseo de Villanueva. Este área se configura así como el espacio público por excelencia de la ampliación, facilitando aquella meta que el visitante persigue: acceder sin dificultad al edificio Villanueva, tanto como a las salas de exposiciones temporales, auditorio, tiendas, librería... Un espacio luminoso que en su trama estética juega con materiales de probada solvencia tradicional: granito, piedra de Colmenar para suelos y paredes de los espacios con mayor carácter público y de circulación, aportando las maderas nobles de roble y cedro para dar calor a las áreas expositivas.

Todo esto para culminar en la recuperación del polémico y sin duda ambiguo claustro de los Jerónimos (nunca soñó con alcanzar mejores condiciones de las que dispone ahora). Trasmutado en pieza expectante pero capaz de englobar toda la mesa de arquitectura que le rodea y que para la apertura contará con lo que el propio Moneo describiera como los «fantasmas de los Austrias», ni más ni menos que la estatuaria de Leoni y que lo convertirán en la antesala de lujo del gabinete de dibujo.

Bienvenido sea este más que estimulante renacer del nuevo Prado. Ha sido una espera tan larga como paradójicamente coherente: y es que en lo referente a memoria y cultura, las prisas carecen de tradición.

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