ANGEL VIVAS
MADRID.-
Alguna vez se le llamó ave fénix por su capacidad para renacer y emprender nuevos proyectos editoriales. Da la impresión de haber vivido varias vidas, y una de ellas la ha dedicado entera a la edición, dentro de la cual ha descubierto nombres y títulos fundamentales, porque, como él mismo dice, una cosa es editar y otra, reeditar. Su última aventura tiene un nombre artesanal, Del taller de Mario Muchnik. En ese sello ha aparecido el cuarto tomo de sus memorias, El otro día (una infancia en Buenos Aires, 1931-45), que presentó en Madrid Javier Reverte.
El libro se une a los tres anteriores (Lo peor no son los autores, Banco de pruebas, A propósito) que componen la memoria personal y profesional de este editor incombustible. Unas memorias que avanzan en zigzag, con freno y marcha atrás, como un cangrejo al decir de Javier Reverte o con ese orden peculiar que su amigo Julio Cortázar quiso poner a Rayuela. Y que su autor no da por cerradas; está trabajando en un quinto tomo.
En El otro día hay amigos, lecturas, escritores, humor, muchas fotografías y la reconstrucción de un mundo en el que, dice el propio Muchnik, «ser judío era no ser religioso, ser religioso era ser católico». El libro tiene la forma de diálogos entre su autor y su nieto, pero es el Mario adulto el que se acerca a aquel mundo, el que ya comprende qué películas se estrenaban, cuál era el contexto político, dónde estaba entonces Heidegger (entre qué gentes, diciendo qué palabras) o qué le escribía Einstein a Born. Tiene razón Reverte, que dijo que «conociendo la vida de Mario Muchnik conoces mejor el mundo».
Su infancia fue acomodada, pero no exactamente feliz (luego lo sería, ya adolescente, en Italia), aunque reconoce que sí mantiene una Arcadia en pequeños detalles, como esos olores corporales que tienen los países.
Muchnik se muestra radical, además de insolentemente optimista, de un optimismo políticamente incorrecto a todas luces. Es partidario del tabaco, descree de los peligros del chapapote o de las profecías sobre el cambio climático y defiende las centrales nucleares: «De no ser por el calentamiento, habría habido una glaciación hace 3.000 años. Lo que vende bien es el miedo, la sangre. Los periodistas no son malos, ni los directores de periódicos, es el sistema el que necesita que se alarme a la gente».
No cree en el progreso, pero sí en la justicia. «Esa diferencia entre el progreso y la justicia es lo que más trabajo me dio y lo que marca el libro». En cuanto al lenguaje, Mario Muchnik piensa que debe moverse en un difícil filo de la navaja, «entre la vulgaridad y la cursilería».
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