PABLO DE LA CALLE
Pertenece a esa estirpe de guerreros indomables formados desde la adversidad. Nada ha sido fácil en la trayectoria de Joan Llaneras (Porreres, Mallorca, 1969), un atípico y admirable ciclista que ayer, tras culminar el reto de conseguir siete oros en campeonatos del mundo y superar al mítico Guillermo Timoner, se emocionó como nunca en homenaje a su mejor amigo y compañero, Isaac Gálvez, fallecido en el maldito velódromo de Gante el pasado noviembre. Una tragedia que le hizo meditar la retirada prematura. Para él, ya nada tenía sentido, sólo su entorno más próximo le convenció para seguir en la brecha, para levantarse por enésima vez. Como hizo en 2001, cuando fue acusado infundadamente de un positivo por EPO. «He pasado un calvario. Es muy duro que un inocente tenga que demostrar su inocencia. Algunos medios de comunicación me tacharon de drogadicto. Llegué a pensar mal hasta de mi propio perro», exclamó entonces, tras amenazar con emprender acciones judiciales contra la Unión Ciclistas Internacional y periodistas.
El nuevo plusmarquista español inició su carrera profesional en el ciclismo de carretera, donde destacó como rodador. Participó en el Tour de Francia junto a Lance Armstrong y militó en el equipo de la ONCE de Manolo Saiz, pero nunca aceptó la disciplina militar del preparador cántabro. Dejó los buenos contratos de la ruta y se aventuró en la precaria pista, donde él mismo tiene que negociar sus patrocinadores. En los velódromos logró un oro en los Juegos de Sidney'2000 y una plata en Atenas'2004, a pesar de contar con la hostilidad del seleccionador español, Jaume Mas. Y es que este soberbio pistard no se detiene ante nadie, algo que le convierte en un modelo a imitar. Pocos pueden presumir de que en su pueblo natal exista un polideportivo con su nombre y que en la ciudad donde viva (Montagut) le hayan dedicado una calle. Llaneras, un inconformista heptacampeón que en los Juegos de Pekín desea rubricar un palmarés sin parangón.
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