MADRID. - Con una zancada más que la que dio el propio Papa en el caso Jon Sobrino, el arzobispo de Madrid ha cerrado una histórica parroquia roja. Si Benedicto XVI se quedó en un tirón de orejas al teólogo vasco, monseñor Rouco ha decidido liquidar la parroquia de San Carlos Borromeo, un emblemático espacio de refugio y lucha para los marginados, por «realizar una liturgia y una catequesis que no son eclesialmente homologables». Iglesia oficial contra Teología de la Liberación a la madrileña, se oye ya en medio país eclesial.
Porque desde que el pasado martes, el obispo auxiliar de Madrid, Fidel Herráez, citara en su despacho a Javier Baeza, Pepe Díaz y al histórico Enrique de Castro -los tres curas de la parroquia-, la noticia ha recorrido en secreto la Iglesia española de derecha a izquierda. Hasta que ayer, la propia parroquia soltó lo que le quemaba entre las manos y emitió un comunicado denunciando el cerrojazo con una pregunta: «¿Por qué el obispo no cree en nuestra fe?».
La orden de Rouco es cerrar San Carlos Borromeo como lugar de culto y reconvertirlo en un centro de Cáritas. El martes, en aquel despacho en el que también estaba el delegado de Cáritas, el obispo dijo que la parroquia cojea de dos las tres patas de la acción de la Iglesia: la atención a los pobres es perfecta, pero la catequesis no está homologada y la liturgia no es católica.
«Fidel nos dijo que la parroquia desaparece como tal, que el local se lo han cedido ya a Cáritas para un centro asistencial y que nos pedía a los tres que nos quedásemos a trabajar en el centro», dice Baeza, que ejerce de párroco, aunque los tres curas trabajan en equipo.
Hacía unos meses que ese mismo obispo había hecho la visita pastoral y se había despedido de los tres curas diciéndoles: «Me voy impactado y encantado». Pero, al poco tiempo, Herráez, brazo derecho del cardenal, volvió a llamar al orden a Baeza.
Opción por el pobre
San Carlos Borromeo es un lugar atípico. Hace casi 30 años que de lunes a sábado sus locales han sido un techo para los sin techo, insumisos, cristianos, ateos, agnósticos, musulmanes, toxicómanos, jueces, sin papeles, madres, políticos, ex presos... Y el domingo, a la una, en la eucaristía que preside un Cristo crucificado, también.
De su vientre han nacido grupos como Madres contra la Droga, Traperos de Emaús, Coordinadora de Barrios, Fundación Raíces o Escuela sobre Marginación. Su historia de pacto con los excluidos, de «opción preferencial por el pobre» de la que habla la Teología de la Liberación, incluye encierros de inmigrantes u okupas, defensa legal de presos o sin papeles y asunción de reivindicaciones vecinales.
Y cuando la política ha tenido que coincidir con la parroquia siempre ha sido la de la izquierda.
El lema de este lugar del sur de Madrid, en Entrevías, es un texto de San Lucas en el que Jesucristo dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y la amnistía de parte de Dios». En el comunicado de ayer, San Carlos Borromeo asegura que «esa es la fe que hemos descubierto y la que queremos seguir viviendo». Y advierte: «La asamblea ha decidido seguir adelante».
La asamblea es la gente de la parroquia, la que se ha sumado a reuniones en los cuatro últimos días y los centenares de correos y llamadas de grupos sociales y de base de Madrid, Asturias, Canarias, Cataluña, Andalucía, Castilla y León, Valencia y hasta Brasil o Alemania. Asamblea son también los teólogos de la Asociación Juan XIII, que en la noche del viernes se citaron en el centro. La movilización está en marcha y arranca con la exigencia de una explicación el lunes a Rouco y una rueda de prensa el martes.
El arzobispado guarda silencio. EL MUNDO ha intentado obtener su versión sin éxito. Extraoficialmente, y con petición expresa de anonimato, se dice que «la lucha entre De Castro y monseñor Rouco viene de lejos. Esa parroquia es un nido de herejías. Imparten la absolución colectiva y comulgan con rosquillas o turrón, en el colmo de los despropósitos litúrgicos y sacramentales. La paciencia del cardenal se ha agotado y ha decidido poner coto a tantos desmanes».
Pero frente a él ya está la otra Iglesia, llena de pobres, inmigrantes, sin techo, teólogos, juristas, agnósticos, abogados, vecinos...