Domingo, 1 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6314.
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El síndrome del café de 80 céntimos
ENCARNACION VALENZUELA

¿Le gustó Zapatero en el programa de TVE? NO

De acuerdo con la teoría de aquel proverbio chino que predica «Ten cuidado con lo que deseas, porque es posible que lo consigas», lo peor que le pasó a Zapatero la noche del pasado martes fue lo que más habían deseado sus asesores, los que habían importado de Francia un modelo de debate con ciudadanos de a pie pensando en el lucimiento de su jefe: querían que le vieran el máximo número de ciudadanos posible y así fue: más de seis millones de españoles comprobaron que tenemos un presidente del Gobierno distante y frío, que responde a las cuestiones que preocupan en la calle como el opositor que recita el tema que le adjudican por sorteo y que vive en otro mundo: un mundo ideal donde el precio de la vivienda se está desacelerando, la educación que reciben los niños es cada vez mejor, la igualdad de todos los ciudadanos del país está garantizada... y el café cuesta 80 céntimos.

Hasta ese martes, la incapacidad del presidente del Gobierno para afrontar con realismo los problemas de este país, desde la supuesta voluntad de ETA de rendirse a la incapacidad de los nacionalistas catalanes de darse por satisfechos con un Estatuto que claramente sobrepasa los límites de la Constitución, y su gran apego a su persona, traducido en un caso extremo de eso que se llama «el síndrome de La Moncloa», eran cuestiones conocidas por un número reducido de españoles: los periodistas que siguen de cerca las actividades del ocupante de La Moncloa, los personajes importantes que tienen contacto directo con Zapatero y pocos más. Entre los que, por cierto, merece la pena citar al filósofo Gustavo Bueno, autor de una obra que, de haber sido leída por muchos, habría evitado las sorpresas que algunos se llevaron esa noche. Zapatero y el pensamiento Alicia. Un presidente en el país de las maravillas define con bastante exactitud al personaje cuyas carencias estaban pasando desapercibidas para el gran público hasta aquel momento.

Hizo falta que Zapatero proclamara que un café cuesta 80 céntimos para que todo el mundo se diera cuenta de eso.

Primero, porque lo dijo tan seguro; segundo, porque era la segunda réplica a un ciudadano que lo que le estaba planteando es que a él, como a todo el mundo, cada vez le cunde menos un billete de 50 euros; tercero, porque ya antes había dejado sin habla al joven al que le respondió con una larga perorata sobre la próxima Ley del Suelo cuando le planteó que no puede costearse una vivienda. Finalmente, porque en aquel estudio había cien ciudadanos dispuestos a plantear cien temas de interés en la calle y un presidente del Gobierno que recordaba a ese Zapatero que acude los miércoles por la tarde a responder a las preguntas de Rajoy en la sesión de control del Parlamento, el que se sale por la tangente, cuenta lo que quiere y luego se para a que su Grupo le dedique una ovación.

El Zapatero del pasado martes en TVE terminaba cada intervención mirando a un Milá que le miraba a él de vuelta claramente desolado. Y en lugar de aplausos lo que percibía el telespectador era el primer plano de la cara de quien había hecho la pregunta, una cara con la mirada perdida, incapaz de percibir lo que el presidente le había querido decir. Y, aunque a muchos les parezca exagerado, de ahí ha nacido el síndrome del café de Zapatero: esa percepción generalizada que se traduce en los miles de ciudadanos que entran en un bar, piden un café de 80 céntimos y demuestran así lo que piensan de su presidente. Y lo que han aprendido de él gracias a ese debate.

NO

Encarnación Valenzuela es periodista y dirige y presenta el programa de debate

Alto y claro

de Telemadrid.

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