Dicen que Montilla, esta Semana Santa, va a llamar a sus compañeros de gobierno para presentarles un plan antifugas, de modo que el tripartito no vuelva a sorprenderse y zarandearse por una crisis como la que desató Xavier Vendrell, de ERC.
Mala cosa cuando tan rápidamente se deben reponer los diques que se presentaban tan firmes apenas dos meses antes. Si el gobierno Montilla debía de reparar una desconfianza, ésta era la que en muchos sectores despertaba una reedición del tripartito, que con Maragall se percibía inestable, intempestivo y polémico.
Montilla aterrizó en la presidencia de la Generalitat con la lección sabida. Estabilidad, unidad de mando, control absoluto, aun a costa de parecer soso. El objetivo era borrar de la mente de los ciudadanos la imagen del anterior tripartito. Las encuestas decían que poco a poco lo iba consiguiendo. Al menos hasta la semana pasada, cuando la salida de tiesto de Vendrell provocó un debate, una subasta soberanista, que de golpe nos retrotraía a los tiempos pasados. Esto en la semana en que se aprobaba sacar a concurso 7.000 plazas de profesores, una cifra inédita, pero que ha pasado desapercibida ante el ruido de la subasta.
La duda que tiene sobre la mesa Montilla es si hay estrategia que aguante la tendencia pirómana de ERC, ahora que vuelven a ser presa de una anarquía organizativa como la que les ha llevado en su historia reciente a tener líderes contradictorios como Heribert Barrera, Joan Hortalà o Angel Colom y Pilar Rahola.
Porque en estos momentos, en ERC hay al menos tres focos distintos de autoridad: el que parece dominante es el que lidera Joan Puigcercós y que sería el que dio abrigo a la calçotada de Vendrell; el de Josep Lluís Carod Rovira, ahora más próximo a Montilla, y el del díscolo Joan Carretero, más crítico y combativo desde que saliera del tripartito de Maragall. Así las cosas, ¿qué garantía tiene Montilla de que ERC se atendrá a las pautas de comportamiento que quiere pactar?, ¿qué seguridad de que no volverá a repetirse una actuación que eche por tierra esfuerzos anteriores? Máxime si consideramos que en dos meses tenemos elecciones municipales y en un año generales. Podría pensarse que el sentido común sería el mejor remedio para la enfermedad, que todos -socialistas, republicanos e Iniciativa- tienen más a ganar que perder si se atienen a un guión preacordado que lleve a la opinión pública un mensaje de cohesión y eficacia y no que se quema en fuegos de artificio estériles. Pero quizás eso sea pedir demasiado.
Si se analizan las consecuencias de la oferta de Vendrell, hacer presidente a Mas si respaldaba un referéndum por la autodeterminación y las propuestas presentadas pero rechazadas sobre el Estatut, se observa que casi todos han perdido. ERC quizás ha salido peor parada. No sólo ha mostrado sus tensiones internas, sino que ha llevado a una parte de su electorado, mucho mayor que su militancia, la idea de que está lejos de ser un partido de gobierno, que traslada con excesiva facilidad a la gestión pública sus necesidades políticas. Queda, además, la idea de que ha dado oxígeno a CiU, cuando ésta empezaba a pasarlo mal.
Tampoco CiU ha salido triunfadora, a no ser que cuente como triunfo el desgaste del gobierno. A una parte muy importante de su electorado le habría gustado una respuesta contundente en un sentido muy distinto al de su propuesta. Mal hará CiU compitiendo con ERC en quién es más soberanista. Ése no es el espacio de CiU . Lo saben Pujol y Duran i Lleida, pero quizás Mas no lo tenga tan claro.
Puede haber ganado el PP, si no tuviera lo suyo con las iniciativas de Montse Nebrera y si Piqué no estuviera tan desaparecido en el día a día de la política catalana. ¿Quién ha ganado? Probablemente nadie, salvo la abstención.