JOSÉ LUIS VIDAL
Orquestra Simfònica del Vallès
Director: David Giménez Carreras. / Intérpretes: Lluís Claret, violoncelo. / Obras de Vivaldi, Boccherini y Chaikovsky. / Lugar: Palau de la Música Catalana. / Fecha: 31 Marzo 2007.
Calificación: **
BARCELONA.- La colaboración en este concierto de la Simfònica del Vallès de su director titular, cuando ya se cumple casi su primera temporada al frente del conjunto y del violoncelista Lluís Claret, «artista residente», proporcionaba una buena ocasión para hacer un balance -la temporada esta casi acabada-, al menos provisional. Por lo que hace a la primera parte del concierto, con la breve, bella y profunda Sinfonía «al Santo Sepolcro» de Vivaldi y el galante Concierto para violoncelo y orquesta de Boccherini, todo transcurrió en un plausible nivel de corrección y poco más. La sencillez y claridad de los medios instrumentales en las dos obras y también sus pocas complicaciones formales no exigían mucho al director, quien sacó con contención y sobriedad -quizá un poco más de «pathos» hubiera sido compatible con esas opciones, y deseable- la Sinfonía Y se limitó, en Boccherini -por lo que hace a la parte orquestal tampoco la obra da para más- a prestar su colaboración, un poco monótona, para cuyo lucimiento se escribió la obra. Claret tocó con la suficiencia técnica, la limpieza y la claridad que le caracterizan. Pero, o bien porque se contagió de aquella relativa monotonía o bien porque quizá buscaba profundidad donde lo que hay, principalmente, es gracia, elegancia galante y vivacidad, no llegó a dar suficientes alas al concierto, especialmente en los tiempos rápidos. Lo mejor de su interpretación estuvo en consecuencia en el Andantino central, que concibió más andante que «grazioso» -como pide el título del movimiento- y en las cadencias, escritas por Radu Lupu e interpretadas en homenaje a él, que fue maestro de Claret. Hubo ahí vigor, sonido redondo y virtuosismo.
Jiménez Carreras se concentró lógicamente -la dirigió de memoria- en la Quinta Sinfonía de Chaicovsky y, por lo tanto, en una pieza del más consagrado repertorio, cuya ejecución permitió comprobar la mejora del nivel de la orquesta, en sus partes -a destacar clarinete, fagot, trompa y, en general, la sección de viento- y en su conjunto. En el haber del director está, además de la parte que le corresponde en esa mejora, que los músicos con él saben siempre y con claridad dónde están y qué se espera de ellos. En el debe, una concepción de la obra todavía poco personal, una rigidez en el gesto y como un temor a exponer, de manera que, en lugar de construir la obra -trabajo que indudablemente sí ha hecho- parece que su gestualidad se adapta a lo que sale, que dirige la música y no a los músicos. Paradójicamente no se hace justicia a sí mismo.
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