PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO
WASHINGTON.-
¿Caza de brujas o lucha de egos? En 2001, Manuel Conthe fue destituido del cargo de vicepresidente para el sector financiero del Banco Mundial. Y se abrió la caja de los truenos. En declaraciones a 'The Financial Times', el español acusó al presidente de la institución, James Wolfensohn, de represaliarle por su sinceridad a la hora de formular críticas con respecto a la marcha de la institución. Eran unas críticas duras. Conthe había declarado, en un memorándum interno, que el banco «no está bien gestionado y es hostil a una buena gestión».
En privado, había calificado a Wolfensohn de «egomaníaco». Una crítica compartida, más o menos, por otros altos directivos del banco que se fueron dando un portazo en aquellos años. Otros, menos caritativos, insistían en que el mayor problema de Conthe era un ego tan grande como el de Wolfensohn, y apuntaban a ciertas irregularidades del reponsable de la CNMV que empañaban su gestión a ojos del presidente del banco. Un presidente cuya controvertida gestión es ahora recordada con nostalgia por muchos burócratas que creen que el sucesor de Wolfensohn, Paul Wolfowitz ha agravado la crisis de la institución.
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