Martes, 3 de abril de 2007. Año XIX. Número: 6.316.
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Barajas
Abandonados a su suerte en la T-1
Unos 120 bolivianos perjudicados por el cierre de la aerolínea Lloyd Aéreo Boliviano claman por ayuda para regresar a su país. Algunos durmieron frente al mostrador de la empresa
JORGE IMBAQUINGO

Telma Cabrera está rota. Su tío, un hombre con tres dientes de oro, está a punto de dejarla allí, con sus maletas, en la T-1 del Aeropuerto de Barajas. Telma se refugia en los brazos de su marido, un boliviano de 23 años que le hace sentirse un poco más segura. Tendrá que pasar la noche en la terminal T-1 del Aeropuerto de Barajas. Su vuelo para regresar a su patria, Bolivia, está cancelado.

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Telma llegó a Barajas a las 9 de la mañana y esperaba coger el vuelo. Se le hacía difícil soportar las 14 horas de vuelo, pero sus vacaciones en Algeciras, donde vive su tío Jaime, habían valido la pena. Cuando llegó al mostrador de Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) se dio cuenta de que uno 120 compatriotas suyos se lamentaban de su suerte.

La compañía había suspendido el vuelo. Y llegaron los rumores. «Que la empresa había quebrado». «Que nadie se haría cargo». «Que el presidente boliviano, Evo Morales, solucionaría todo». «Que nadie de la embajada de su país había aparecido». «Que si pagaban más dinero a otra aerolínea los llevarían». En fin, todos hablaban, pero nadie con autoridad decía nada concreto. Y ya era mediodía.

Luego fue confirmando algunas cuestiones. La primera, que la empresa Boliviana Aerosur estaba dispuesta a llevarlos si pagaban 120 euros. Consultó sus bolsillos (y los de su marido y su tío) y esa condición era factible. Pero claro, nada de hoteles, ni comidas caras.

La otra era que estaban solos, porque ningún funcionario de su embajada se presentó para ayudarlos. Y por último, que ya no había esperanza de que alguien contestara el teléfono en las oficinas de LAB, ya que varias personas lo habían intentado sin éxito desde el viernes anterior.

Así que, poco a poco, sus compatriotas se retiraban del mostrador de LAB. Ayer por la tarde sólo se quedaron dos personas más. Una era Sonia Rojas, una comerciante originaria de Santacruz, que apenas había estado tres semanas en Barcelona y deseaba regresar. La suerte no la ha acompañado. Al ser boliviana ya no le fue fácil conseguir un trabajo. Se sentía muy extraña, en una cultura diferente. Su decisión: regresar y tomar el avión para ver a sus hijos.

Sonia llegó a Barajas a las cinco de la tarde. La verdad, no comprendía lo que pasaba. Cuando se fue enterando de que estaba sola, sin dinero y sin posibilidad de retorno, su rostro se marcó con ese rictus melancólico que sólo se percibe en los hombres y mujeres andinos. Y ella lo tenía muy marcado a eso de las ocho de la noche.

Se fue al baño y al regresar encontró que tres personas más habían tomado la decisión de pernoctar en el aeropuerto. Ahí estaban los esposos, Telma Cabrera (que acaba de cumplir 20 años) y Ronald Claros, tres años mayor. También estaba un hombre vestido con un jersey anaranjado, quien fue el que más habló con la prensa. A todos les ha dado una tarjeta de presentación que dice: «Lic. Aud. Harry Solórzano Cárdenas». Una línea más abajo se lee: «gerente».

Harry es de Cochabamba. Allá tiene su propia empresa de auditoría. Sus últimos ahorros se van a ir en pagar el sobrepeso de sus maletas. Lleva 40 kilos de más, y sabe que le van a cobrar 10 euros por cada uno. «Son 400 euros, estoy hasta aquí», explica con su dedo en la garganta, simulando un degüello.

El tío de Telma Cabrera le dice que tiene que marcharse. Ella hace como que no pasa nada. Pero no es verdad. Le llega la hora de la angustia. Por suerte tiene a Ronald, su esposo, a su lado. Le harán compañía el hombre de las tarjetas y la mujer del rostro melancólico.

Todos están en un país extraño y es posible que nadie les devuelva el dinero invertido en sus pasajes, o que no consigan otro vuelo antes de que empiece la Semana Santa. La noche no será fácil para ninguno.

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