Llevo toda la vida de librero, he editado poesía y política, así que voy recogiendo los escombros de la cultura», dice Jesús Ayuso con una sonrisa indestructible, que desmiente la desgracia que se cierne sobre su librería. Los escombros son algo más que una metáfora: inundan de arriba abajo el inmueble de Fuentetaja, en la calle de San Bernardo, 48, una de las librerías con más solera de la capital. Los andamios eran un espectáculo habitual para los viandantes y clientes que pasábamos frente a esta fachada que, desde hace años, parece sostenerse con muletas.
Jesús Ayuso tiene 67 años pero ha decidido que una vez más saldrá adelante. Cualquier otro hubiera arrojado la toalla pero no este hombre contra el que no pudo ni la dictadura de Franco ni los vaivenes del sector. «Es el continente lo que está mal, no el contenido. Sólo tenemos que cambiar el vino de copa». El problema viene de antiguo. La vieja edificación -es una corrala del siglo XVIII- ha provocado que la humedad se filtre hasta los cimientos y las vigas del vetusto edificio. «Doce familias dependen de esto. Nunca pensé en abandonar, la verdad». Los empleados de Jesús trabajan a contrarreloj para salvar los libros y trasladarlos a un local cercano, en el número 35 de la misma calle, en la antigua sede de Seguros Mercurio, donde la librería tomará cobijo mientras terminan las obras.
«Confío que la librería continúe siendo como la tinta sobre el papel, estampándose para dejar huella», dice Jesús. «El nuevo espacio físico será un papel limpio donde se recojan las memorias impresas de tantos hombres que dieron salud y vida a la cultura». Desde 1959, año en que fue fundada, Fuentetaja no ha cejado en su labor. Eran los tiempos oscuros del franquismo, cuando Jesús se hacía miles de kilómetros por carretera en un coche cargado de libros prohibidos. La librería se transformó en la despensa cultural, literaria y política de varias generaciones.
Algunos prebostes del Régimen también acudían a Fuentetaja en busca de su ración de cultura. «Pío Cabanillas», cuenta Jesús, «venía a comprar aquí y tomaba café conmigo muchas mañanas». Barea, Alberti, Miguel Hernández, Sartre se escondían detrás de los volúmenes oficiales. De vez en cuando, algún lector impenitente, infiltrado entre las filas del enemigo, avisaba de una redada y Jesús, ayudado por docenas de amigos, escondían los libros prohibidos entre las alzas de las colmenas que tenía en La Alcarria.
«Jesús fue el primer editor del Manifiesto Comunista en la época franquista», dice Rogelio Blanco, actual Director General del Libro y amigo personal de Jesús desde los tiempos de la dictadura. «Pudo hacerlo gracias a que lo publicó con un prólogo bastante prolijo, para evitar la censura. Menos de 50 páginas se consideraba un panfleto».
Blanco sabe muy bien que las librerías son el eslabón más débil en la cadena del libro. «El objetivo primordial del ministerio es ayudar a las librerías, especialmente a las pequeñas y a las históricas, como es el caso de Fuentetaja. Para ello no dejamos de pedir a las administraciones responsables (Comunidades Autónomas) que surtan sus bibliotecas en las librerías».
Jesús confía en que en un año, más o menos, la nueva Fuentetaja cobre forma y resurja de sus escombros: tres pisos que contarán con espacios dedicados no sólo a la librería sino a talleres literarios, recitales públicos, representaciones teatrales e incluso un pequeño observatorio astronómico.
Es el sueño de un hombre que toda su vida ha estado rodeado de libros. «Pero no podría haberlo hecho sin mis amigos, los proveedores, que se han ofrecido incluso a prestarme alguno de sus locales; los clientes, que nos han sido fieles durante décadas; y también el alcalde, que ha comprendido que Fuentetaja es algo más que una librería», concluye Jesús Ayuso.