PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO
WASHINGTON.-
Nancy Pelosi contra Condoleezza Rice. Las dos mujeres más poderosas de EEUU han iniciado una sorda competencia por extender su poder a Oriente Próximo. Justo cuando la secretaria de Estado acaba de lanzar una ofensiva diplomática en la zona, la presidenta de la Cámara de Representantes ha iniciado una gira por Israel, el Líbano y, sobre todo, Siria, donde se reunirá con el dictador de ese país, Bashar Asad. Será el encuentro de más alto nivel entre un miembro del Gobierno americano -Pelosi es la tercera persona con más alto rango de EEUU, tras el presidente y el vicepresidente- con el Gobierno sirio desde que Bill Clinton se reunió en 1994 con el entonces dictador de ese país, Hafez Asad, a cuya muerte, su hijo Bashar heredó el cargo.
El viaje ha sentado como una pedrada en la Administración. «No sé lo que quiere conseguir», ha declarado la portavoz de la Casa Blanca, Dana Perino, quien ha desautorizado la iniciativa con un rotundo: «En general, no aconsejamos estos viajes».
Claro que, en las últimas semanas, tres colegas de Pelosi en el Congreso se han reunido con Bashar Asad y, como recordó ayer Pelosi, «no he oído a la Casa Blanca hablar de eso». El problema es que la presidenta de la Cámara de Representantes interfiere con las iniciativas diplomáticas que el Departamento de Estado ha lanzado en las últimas semanas en la región. Pelosi va a llevar a Asad un mensaje del primer ministro israelí, Ehud Olmert, señalando que «Israel está dispuesto a hablar si ellos [los sirios] adoptan abiertamente medidas para detener el terrorismo», según ha declarado Miri Eisin, portavoz del Gobierno de Tel Aviv. En cualquier caso, Pelosi ha advertido que «no hay que hacerse ilusiones», respecto a los resultados de su viaje.
Pelosi tiene varios ases en la manga para quitar protagonismo a Rice en Oriente Próximo. Por un lado, el Congreso es ahora el centro del poder en EEUU, gracias a una Casa Blanca en estado vegetativo debido a los escándalos y a una impopularidad que amenaza con batir el récord de la Historia de EEUU (sólo un 18% de la opinión pública respalda la gestión del vicepresidente, Dick Cheney).
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