En 1980, cuando más de 50 norteamericanos llevaban seis meses retenidos por estudiantes revolucionarios armados dentro del recinto de la embajada de Estados Unidos en Teherán, un diplomático iraní fue convocado al Departamento de Estado. Es sobradamente conocido que, cuando empezaba a especularse con el último de una serie de escenarios potencialmente esperanzadores en relación con la crisis, no sin insistir en que los rehenes estaban siendo bien tratados, Henry Precht, el estadounidense que lo había recibido, un hombre de hablar suave habitualmente, le espetó bruscamente: «¡No me venga con chorradas!»
La imagen de la captura de los estadounidenses por los iraníes, hace 28 años, y los 444 días durante los que permanecieron retenidos, es lo que más obsesiona a Tony Blair [primer ministro británico] en estos momentos en los que intenta encontrar una pronta salida diplomática a la retención de 15 integrantes de la Marina británica en Irán.
Es posible que Blair sienta un cierto alivio por el hecho de que en
Irán han cambiado algunas cosas desde que aquellos supuestos «estudiantes seguidores de las directrices del imam» irrumpieran en la embajada estadounidense, ubicada en una zona céntrica de la ciudad de Teherán, en noviembre de 1979.
Una de las diferencias fundamentales favorables a Blair y Margaret Beckett [ministra de Exteriores británica] es la de que Irán parece que no tiene mucho que ganar con una crisis con Gran Bretaña en comparación con su ruptura posrevolucionaria con Estados Unidos o, por decirlo con el apodo que el ayatolá Ruhollah Jomeini puso a los estadounidenses, el Gran Satán.
Además, mientras que en el plano diplomático Estados Unidos tuvo que sufrir un cierto aislamiento en algunos momentos durante la primera crisis de los rehenes, Gran Bretaña puede contar con un amplio respaldo de la comunidad internacional, al menos verbal. A diferencia de los estadounidenses, Gran Bretaña cuenta con una embajada abierta en Teherán y con la posibilidad de negociar directamente con los iraníes.
Así y todo, todavía perduran, no obstante, los ecos de la retención de los rehenes entre 1979 y 1981, y el aire estremecedor de una maniobra ya conocida por los periodistas que, como yo mismo, pasamos varios meses en Teherán informando sobre la captura de los estadounidenses. Por encima de todo sigue constatándose la existencia de núcleos múltiples y rivales de poder político [en el interior de Irán], cada uno de ellos con sus propios intereses y cada uno de ellos con su propio mensaje.
A medida que el cautiverio de los estadounidenses entraba en los primeros meses de 1980, con una duración que se antojaba interminable, exactamente igual que en la actualidad, empezaron a surgir voces que aparentemente deseaban una solución diplomática. Entre ellas, la más importante era la del presidente de Irán, Abolhasan Bani Sader, elegido con una abrumadora mayoría del 75% de los votos pero que, a la postre, se mostraba impotente para devolver a los rehenes.
Entonces, al igual que ahora, uno de los puntos cruciales consistía en saber quién ejercía en realidad el control material de los rehenes. En un determinado momento, Bani Sader no pudo obligar a Jomeini que ordenara que el control de los estadounidenses le fuera traspasado a él por los estudiantes que los tenían en su poder, que además recibieron refuerzos de miembros, armados hasta los dientes, de la todavía poderosa pasdaran o Guardia Revolucionaria.
Entonces, al igual que ahora, en algunos sectores se hablaba de llevar a juicio a los rehenes y en los sermones durante la oración de los viernes en las mezquitas y en las manifestaciones callejeras se sucedían los gritos airados en demanda de castigo por «los delitos» de los cautivos y de su Gobierno.
No faltan sabiondos de salón que dictaminan que Blair ha sido excesivamente agresivo, según unos, o excesivamente condescendiente, según otros, en sus intentos de conseguir la liberación y el regreso a casa de los rehenes británicos. Sin embargo, no es casualidad que el primer ministro y su ministra de Asuntos Exteriores se hayan mostrado un poco de lo uno y de lo
otro en su respuesta a la crisis.
Son conscientes de que sus alternativas militares son tan limitadas que se reducen a prácticamente inexistentes (aunque, conforme al desarrollo natural de todas estas crisis, dentro de algunos días los titulares de algunos periódicos puedan pregonar la existencia de «un plan de emergencia» con vistas a un rescate, e incluso estén lo cierto).
En la actualidad, Gran Bretaña no tiene siquiera ni una idea aproximada de dónde se encuentran recluidos los rehenes ni en manos de quiénes lo están. De la misma manera, Blair y Beckett se están esforzando por aparentar una dureza o intransigencia suficientes como para forzar un acuerdo cuanto antes, aunque con la ambigüedad suficiente también como para indicar a Teherán que están dispuestos a considerar fórmulas para que se pueda llegar a un acuerdo.
«Firmeza» pero «con paciencia» es la actitud con que Tony Blair describió a los periodistas la situación actual el viernes pasado. Esta actitud que ha adoptado es, casi con toda seguridad, la mejor de las alternativas.
Ned Temko es analista del diario
The Observer
e informó sobre la crisis de los rehenes entre 1979 y 1981.